Es la interpelación (con tono desesperado) que
más surge cuando hablamos de hacer cambios.
Lo interesante es cuestionarnos porqué creemos que es tan difícil y
complejo hacerlo. En realidad, lo
complicamos (como todo) y después nos
quejamos porque se complicó. Así que una
primera sugerencia sería desdramatizar. Si sólo practicáramos bajar la emocionalidad
y respirar, volviendo a centrarnos, todo se haría mucho más sencillo.
Luego,
recordar que, si nos propusimos determinado aprendizaje, también traemos la
forma de resolverlo. ¿Y cómo
aparece? Todos los días surgen
oportunidades en nuestra vida cotidiana. Lo que sucede es que no nos damos cuenta o
las resistimos. Supongamos que a María
le cuesta mucho poner límites. Trabaja
en un empleo adonde su jefe y sus compañeros la sobrecargan con tareas que no le
corresponden, justamente porque ella se calla y cede. Ese es el tipo de lugar en donde puede
elaborar su problema y no saldrá de ahí (salvo a otro trabajo en donde le hagan
lo mismo) hasta que ella no aprenda. Por
lo tanto, cada día María tiene la posibilidad de rechazar alguna tarea de algún
compañero, diciéndole de buena manera que no es parte de su función. ¿Surgirán peleas continuas? No, si
María se ocupa interiormente de convencerse de su necesidad de respetar su
espacio y su individualidad; de convencer a su Niña Interna de que será
resguardada por ella siempre. En la
medida que comience a creerlo, su tono de voz, su postura, su actitud irán
revelando su confianza y esta energía se hará patente para los demás, quienes,
poco a poco, irán considerándola, dándole su lugar.
Este
compromiso de amarnos y cuidarnos es primordial para todos y, sin embargo, es
el menos abordado.
Utilizamos palabras de desmerecimiento, de carencia, de limitaciones
constantemente; dramatizamos situaciones con emociones y pensamientos
sobreexcitados; permitimos que los demás disminuyan nuestras contribuciones;
nos hacemos víctimas del mundo.
Nuevamente, encontramos oportunidades de
cambiarlo continuamente. El requisito indispensable para comenzar a
hacerlo es la conciencia. Si vivimos
dormidos y reactivos, repetiremos los patrones infantiles. Si ponemos un Testigo Interno, nos daremos
cuenta de cuándo nos decimos que no podemos, no sabemos, no somos suficientes,
no servimos. Respiremos y exhalemos esa sensación.
Tengamos a mano frases cortas y contundentes para reemplazar esos
pensamientos.
Aquí surge otro tema: no podemos cambiar lo que no conocemos. Decimos livianamente. “yo quiero
cambiar”. ¿Qué? ¿Por qué otra cosa? Si no
sabemos de dónde partimos ni para adónde vamos, nos perderemos en la selva de
los NO. En lugar de rumiar las
mismas pasturas indigestas de siempre, es mucho más movilizador y entusiasta observarnos para conocernos
profundamente. Así, cuando percibamos
que nos decimos determinado mandato (“nunca voy a poder expresar lo que
siento”), respiremos exhalándolo y digamos un nuevo decreto (“me expreso con
naturalidad y sencillez y los demás me comprenden”). Luego,
pasemos al acto, ya que, sin llevarlo al cuerpo, no cambiará. Aunque nos cueste y lo hagamos mal al
principio, lo importante es perseverar
hasta lograrlo.
¿Difícil?
Más difícil es una vida de frustración y mediocridad. Viniste con un potencial magnífico para crear
y disfrutar. Nadie te lo impide, más que
tú mismo. Las limitaciones que ves
afuera nacen de adentro. Sácalas de ti y
se evaporarán afuera. Así funciona. Ahora
ya lo sabes. Ponlo en práctica. Tú puedes.
Estás apoyado por tu Ser y por el Universo. Deja de maltratarte y comienza. Haz la transformación que tu alma te pide.
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