Desde siempre, he buscado lograr o hacer las
cosas con eficiencia, o sea, con la menor
cantidad de recursos. Desde limpiar
la casa a escribir a hacer un viaje, sin importar lo que sea, busco simplificar. Suelo decir que no levanto el c… de la silla
hasta no idear lo que voy a hacer eficientemente. Esto me permite gastar menos energía, dinero,
trabajo, y me evita malos ratos e idas y vueltas inútiles.
En una de mis profusas lecturas de la
adolescencia, encontré que esto se llama La Ley del Menor Esfuerzo y me
encantó. La palabrita “esfuerzo” nunca estuvo entre las más
estimadas de mi vocabulario. Pienso que implica que uno no encontró lo
que le gusta, que no sabe hacer las cosas, que cree que le recompensarán el empeño
y no los resultados, que no sabe cuándo parar, que privilegia la lucha al
aprendizaje.
En la secundaria, tenía una compañera que
escribía hasta cuatro páginas en una prueba y se sacaba un cuatro. Yo escribía media y me sacaba un ocho. Cuando se quejaba y me daba su prueba para
ver qué estaba mal, resultaba que había escrito mucho de lo que no le preguntaban,
yéndose además en detalles menores. Yo
contestaba exactamente el tema, en tres palabras. Ir al
grano nos cuesta, en todos los sentidos, me di cuenta más tarde…
Somos
expertos en justificarnos, explicar, victimizarnos, excusarnos, irnos por las
ramas, evadirnos, para no afrontar lo que tenemos adelante. Nos absolvemos con “no puedo”, “es más fuerte
que yo”, “no sé”, “no tengo opción”.
Mentiras verdaderas. Si admitimos
que todo lo creamos nosotros, entonces también creamos las resistencias.
Y aquí vuelve la famosa Ley. ¿De qué se trata? Mira la Tierra. ¿Percibes esfuerzo en cómo se abre una flor,
en cómo vuela un pájaro, en el agua corriendo?
Está en su naturaleza abrirse, volar, fluir, es lo que son y hacen. Observa a alguien que es experto en lo suyo,
un cocinero, un albañil, un pintor.
¿Notas la facilidad con que actúa?
Una vez que aprendió el asunto, se mueve en el máximo de eficiencia, con
gracia y belleza. Entonces, lo primero es admitir que ya somos, la naturaleza intrínseca
de nuestra individualidad única, original, preciosa.
Gastamos demasiada energía en “parecer”, en la
máscara, en lo que deberíamos ser, en lo que se supone que tendríamos que hacer
y tener, en un modelo idealizado por la sociedad y por nosotros mismos (resabios
de una niñez carente). En esta falta de aceptación, nos perdemos y
salimos presurosos a compensarlo con acciones faltas de corazón y de sentido,
pretendiendo elogios y aprobaciones por lo que no somos… ¿un círculo
vicioso un poco loco, sí?
Aceptar lo que eres, lo que hay, lo que puedes,
lo que son los demás, los recursos que ya tienes, los aprendizajes que te
propusiste, los cambios, abre las puertas de los milagros. Oponerte las cierra
(lo que resistes persiste). ¿Y ahora qué?
Elige. Sin ocultamientos ni excusas. Haz una elección conciente. Tú puedes con ella porque todo es a tu
medida, nada es más grande que tú. Tú
creas de acuerdo a tu impronta energética. Deja de crear resistencias y
problemas. Sé responsable, o sea, responde por tu elección y tu construcción. Tú eres capaz de motivar una solución
creativa a lo que te rodea, porque tú lo diseñaste para tu mayor evolución.
Así que, respira profundamente, exhala las
resistencias e inhala aceptación. Relaja
los hombros, las mandíbulas, el ceño, el estómago, todo el cuerpo y siente una
onda de expansión, que se abre paso desde adentro hacia afuera. Lleva la respiración hacia la panza y deja
que suba lentamente hacia el pecho, abriendo el corazón.
¿Tienes que esforzarte para ser? No. Ya
eres. Eres una chispa de Dios,
experimentándose en millones de aspectos.
Elegiste estar en este cuerpo, en este tiempo, en este lugar, con estas
personas, con este aprendizaje. Deja que
surja la conexión a la Luz que eres, al Amor que eres, a la Sabiduría que eres,
al Poder que eres. Permite que se
concrete en actos simples en el afuera.
Siente que eres Uno con Todo. El
Universo te sostiene y te apoya.
Respira. Fluye con la Vida. Fácil,
poderosamente, amablemente.