El viernes, fui a escuchar al hijo de un amigo que cantaba “Tosca” en un pequeño teatro, junto a dos cantantes líricos más. No soy entusiasta de la ópera, pero me llevaba la excelente interpretación y la pianista que se lucía. Al estar tan cerca de los cantantes, en ciertos momentos, me recorrían escalofríos por la espalda, me sacudían la fuerza y expresión de las voces, se me saltaban las lágrimas espontáneamente. Dejándome llevar, mi cuerpo se estremecía y vibraba con todo. ¡Es tan potente la voz humana!
El domingo, fui a ver al hijo de otra amiga que está en un grupo de música africana. Eran ocho mujeres y cuatro hombres conducidos por su maestro senegalés. Tocaron tambores y danzaron maravillosamente. Esos sonidos primitivos, golpeando en el pecho y en la sangre, son una fiesta. Al final, nos sacaron a bailar y, por supuesto, me prendí con ganas. Lo disfruté muchísimo.
Fueron dos experiencias totalmente diferentes con el mismo resultado: alegría, sensibilidad, potencia, emoción, éxtasis. Terminaron igual también: yendo a comer y charlando entusiastamente del arte y la vida. ¡Gracias!
martes, 13 de noviembre de 2007
El poder de la música
Publicado por Laura Foletto en 19:43
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