“Yo sé que esto es una reacción infantil,
pero no sé cómo ser madura”, me dice una consultante, luego de contarme cómo
estuvo llorando sin parar por una situación que no puede manejar de otra forma.
La
palabra YO nos da la ilusión de que hay UNO.
Somos una multitud.
Cantidad enorme de Aspectos conviven en nosotros: el miedoso, el
soberbio, el generoso, el sádico, la víctima, el trabajador, el vago, el
iluminado, el orgulloso y podría seguir hasta llenar páginas. Las voces de todos ellos nos hablan
constantemente y nos confunden, nos limitan, nos enloquecen, nos aclaran, nos
ayudan, nos constituyen.
Basta que queramos tomar una decisión para
que aparezcan: “No puedo”, dice el Miedoso; “¡Qué fantástico!”, dice el
Arriesgado; “Sería un buen aprendizaje”, dice el Sabio; “Es muy complicado”,
dice el Lógico y así cada uno de nuestros personajes se presenta con su punto
de vista y, más de una vez, terminamos tan aturdidos que no hacemos nada.
Para complicarla, la mayoría de estos Aspectos se han quedado en la niñez. Fueron moldeados a través de las
experiencias acumuladas hasta los ocho años y reaccionan de una manera
infantil, con las mismas emociones de cuando teníamos cuatro. Aquí observamos otra ilusión: la de que somos adultos. Somos niños en cuerpos grandes.
Esto sucede porque dejamos de crecer. Nos llenamos de información, de carreras
universitarias, de teorías, de modelos externos, de “deber ser, tener,
hacer”, pero no hemos evolucionado como individuos. Interiormente, en la realidad, seguimos atados a lo que nuestros Niños
Internos todavía no pudieron sanar ni elaborar.
¿Es
malo tener un Ego lleno de Aspectos? ¿Hay que negarlo, destruirlo,
ensalzarlo? No, hay que reeducarlo. Cuando
un consultante me cuenta que sus voces internas lo vuelven loco (de miedo, de
posibilidades, de rabia), le pregunto qué hace y normalmente me dice que
nada, que no puede con eso, que es más grande que él, que no se le ocurre
cómo soltarse, que es así, que siempre fue así…
En el fondo, está diciendo que es un niño
impotente. Y, en cierto forma, lo es,
porque nunca lo ayudó a crecer, no lo
confortó, no lo contuvo, no le mostró otras variables, solamente le siguió la
corriente. “Si fuera tu hijo y comenzara
a correr por la habitación, gritando y rompiendo todo, lleno de miedo, ¿solo
lo mirarías, sin hacer nada?”, le pregunto.
“Por supuesto que no, lo detendría y le hablaría hasta calmarlo, lo
abrazaría”, me dice. “Entonces, ¿por
qué no haces lo mismo con tus Aspectos?”.
Ellos quieren ayudarnos pero no saben cómo porque lo que aprendieron
no nos sirve ahora.
El Ego
es un instrumento del Alma. Nos
permite aprender a ser Creadores Responsables. Cuando no lo usamos de esa forma (y casi
nadie lo hace), es un amo destructivo y temeroso, exigente e impotente,
sometido por la familia y la sociedad.
Se cree el Dueño y es solamente el Sirviente (una multitud de
sirvientes en realidad). Podríamos comenzar por establecer un
Mayordomo, que ponga orden y sepa su lugar.
La
mente es el dominio del Ego y debe ser reeducada para ser un Testigo objetivo
y eficiente, que observe la dualidad y encuentre una síntesis que la
trascienda. Las emociones son una
enorme fuente de energía y motivación que deben ser sanadas y reconducidas. Gastamos grandes sumas de dinero en
tonterías y perdemos el tiempo en cosas que no nos dejan nada más que
insatisfacción, confusión, vacío, frustración. Seguimos un modelo que es básicamente
destructivo y desempoderante.
Si realmente deseamos ser felices, plenos,
abundantes, luminosos, es necesario que lo prioricemos, que toda nuestra vida
se reconduzca hacia la consciencia, el cuerpo, el presente, la reeducación,
la sanación, el amor. El Ego le debe servir al Alma. Nuestro diseño original tiene ese
propósito. Comencemos.
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