Desde hace bastante, tengo un inconveniente con
unas filtraciones en mi departamento. A
raíz de renovaciones que hice, mis amigos comenzaron a preguntarme por ellas y
a darme consejos o a enojarse por el tiempo que se toman en repararlas. Invariablemente, les decía que no quería
hablar del tema y que charlemos de otras cosas más lindas. Uno de ellos, extrañado, me preguntó porqué
hacia eso. Le respondí que hablar sobre un asunto que me incomodaba no lo
arreglaba sino que me ponía peor. Yo
había hecho lo que debía y solo me restaba esperar que se solucionara. Indignarme, victimizarme, criticar, sentirme
mal no contribuía en nada a eso.
Aprendí esta conducta hace mucho, cuando comprendí que arruinaba mi presente trayendo
un pasado aciago. Hace poco, le
comenté brevemente a una reciente amiga sobre un problema que estaba
atravesando y ella me dijo que no se notaba, que yo siempre parecía estar
bien. Le contesté que yo estaba bien en
ese momento, estando con ella, disfrutando el hermoso paseo: ¿por qué iba a malograrlo?
Creemos
que hablando de algo lo solucionamos o lo “gastamos” hasta que no lo sentimos
más. Lo primero
no es cierto, a menos que lo hagamos desde
la conciencia y que, conversando con una persona neutra o abierta a
escuchar, encontremos una solución posible.
Lo segundo es real al comienzo, como una forma de aceptar y normalizar
algún suceso, pero no sirve a la larga.
Traer las emociones asociadas (miedo, enojo, tristeza, ansiedad, etc.) a
hechos del pasado o que todavía no se deciden abate las posibilidades del
presente y retrasan su resolución.
Hablar es
la segunda forma de creación (pensamiento/palabra/obra). Cuando hablamos mucho sobre algo,
eventualmente lo terminamos creando. Y
muchas veces, lo re-creamos: lo hacemos real de nuevo al contarlo. Por ello, es
bueno cuidar nuestra expresión. Esto
también implica cuidar con quiénes nos comunicamos. Hay personas que viven quejándose, buscando
una oreja en donde verter su mala onda, lo cual no es gratuito ya que en algún
momento nos afectará perjudicialmente. Y
nunca es más cierto que cuando estamos atravesando una mala situación:
juntarnos con personas negativas y lamentarnos de lo mal que está el mundo no colaborará a
salir de ella.
He pasado circunstancias muy duras en el pasado y
prefería reunirme con personas alegres, positivas, en circunstancias de placer,
porque ello me recargaba para continuar.
Es más, después de un breve “informe de situación”, le encontraba la
veta graciosa al tema hasta que terminaba riéndome de todo. Esto no
significaba negar o esconder las demás emociones. Era muy conciente del dolor, de la tristeza,
del temor, del estrés que sentía.
Simplemente, no dejaba que mi vida se redujera a ellos y buscaba
momentos en que los demás se hicieran presentes y me recordaran que eso también
pasaría, que encontraría una salida o simplemente que la vida es un coctel de
muchos ingredientes.
Aquí también se dirime el asunto de cómo contar las
cosas. Cuando estabilicé mi vida
emocional y encontré la paz de ser yo misma, me di cuenta de que describía esa
armonía desde el lugar de “¡cuánto me
costó!”. Eso implicaba, en el fondo,
que volvería a atraer situaciones de sufrimiento y esfuerzo para poder
superarlas y sentir que yo valía por eso o que ese era el precio de la
paz. Decidí dejar atrás todo ello y
evolucionar a través de la conciencia, apreciando cada momento. Hoy, podría decir que mi pasado es
inexistente, en el sentido de que no influye en mi presente. Todo se borró y no tengo más que
agradecimiento por cualquier cosa que hubiera sucedido.
“Hablar
es gratis” se dice. No lo es. Darle entidad a nuestros pensamientos y
emociones al expresarlas oralmente o por escrito tiene sus consecuencias. Elijamos cuál deseamos que sea nuestro paisaje
cotidiano. Pintar con colores oscuros o luminosos es nuestra decisión. Mostrarnos como seres en continua lucha,
enojados, frustrados, temerosos, volverá a nosotros como un bumerang y no nos
dejará ver que también somos seres valientes, hermosos, creativos, concientes,
alegres. Esto no significa aislarnos y
vivir en un mundo de fantasía. Significa
ver todo el panorama y elegir a qué y a quiénes daremos nuestra atención y
energía. Creemos un mundo amable para nosotros y los demás.
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