Vi un interesante experimento: una mujer británica llevó a sus hijos de vuelta a los ´70. Ella había nacido en medio de una familia de clase media baja y pasado muchas penurias económicas. En cambio, sus hijos tenían no sólo las comodidades de nuestro tiempo sino que, además, estaban hiperconectados a toda clase de artilugios electrónicos: eran cinco y todos tenían su televisor, DVD, juegos, equipos de música y todo lo imaginable en su cuarto propio. El resultado de esto era que cada uno vivía aislado en su espacio (incluso el menor de tres años) y no hacían nada más que vincularse con y a través de sus aparatos.
Lo primero que surgió fue la total incapacidad de sus hijos de manejarse en lo cotidiano. Ella, desde niña, había sido enseñada para realizar todo lo relacionado con las tareas de la casa y de la vida diaria, no sólo para ayudar a su madre (que también trabajaba en una fábrica) sino como una preparación para cuando tenga su propia casa. Sus hijos eran absolutos ignorantes en ese aspecto (ella hacía todo) y se preguntaba qué harían cuando tuvieran que vivir solos o con alguien.
Otro aspecto era su disconformidad y renuencia a “hacer” algo fuera de estar conectados a sus máquinas. Tenían pereza de realizar actividades en la casa y menos de hacer algún trabajito para tener dinero extra. Lo hicieron con protestas porque era parte del trato (era por dos semanas). Tardaban horas en hacer lo más básico (como pelar papas) o hacían errores burdos (como mezclar ropa blanca con otra que desteñía), lo que ponía ansiosa a su madre que quería hacerse cargo y terminar pronto.
Teniendo que contentarse con los juegos de la época, así comenzaron a comunicarse con sus hermanos y esa fue la conclusión del experimento: estaban contentos de conocerlos.
Me resultó impactante, en principio, los enormes cambios en tan poco tiempo. Por un lado, cómo se pudo pasar de una precaria situación económica a un alto nivel de adquisiciones materiales (los ´70 fueron muy difíciles en Gran Bretaña). Por otro, los cambios tecnológicos involucrados. Por otro, las transformaciones sociales que han desencadenado este tipo de no-relaciones en las familias (y en las personas en general).
Me parece que no hay que demonizar los cambios. Si bien, en primera instancia, parecen negativos y extraños, son generalmente la forma en que vamos pudiendo “aterrizar” las transformaciones que vienen. Y creo firmemente que las que se vienen son enormes y magníficas. El salto dimensional de energía y de conciencia que está sucediendo es único, nuevo y maravilloso. La forma en que afecta a cada uno y a la humanidad en su conjunto es propio.
Cerrarnos, juzgando y temiendo, es lo peor que podemos hacer. Abrirnos, comprendiendo y confiando en el proceso, nos conecta con lo que podemos ser y hacer en forma particular para contribuir al cambio.
viernes, 20 de febrero de 2009
Viejo y nuevo
Publicado por Laura Foletto en 12:20
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario