domingo, 20 de mayo de 2007

Milagros

Fue un perfecto día de otoño: cielo intensamente azul, sol a pleno, fresco pero no frío, con esa cualidad de limpio, puro, diáfano, resplandeciente que sólo tienen estos días. Como si todo estuviera suspendido, pero, a la vez, irradiando una luz brillante y suave. ¿Tengo que decir que adoro los días de otoño?

Leyendo un texto, recordé una meditación que hice poco tiempo atrás, reafirmando mi misión, vocación, pasión, trabajo o todo eso. No suelo hacerlo, pero lo necesité. Puse, entre otras cosas, una vela y un cuenquito con una flor que saqué del balcón. Seis horas después, había quedado una flamita imperceptible en el fondo, azotada por corrientes de aire. Pensé que pronto se apagaría. Cuatro horas después, seguía prendida. A veces, parecía que ya estaba extinguida, pero no… brillaba mínima e inquebrantable… me levanté a la mañana, segura que se había apagado… no… duró dieciocho horas… un milagro…

Pero no fue el único: guardé la florcita. Normalmente, se pudre en horas… siguió fresca por cuatro días… yo había pedido señales… señales de mi Maestría…

Fui honrada con una respuesta que ni imaginaba, que me permitió confiar en que estaba en el buen camino, que ser Maestra es recordar lo que ya sé, ayudar a los otros a recordar, canalizarles información y luz.

Tantas veces, con pacientes, digo cosas que no sé de adónde las sé, invento un juego, una meditación, me brotan palabras como de una fuente que viene de lo Alto, palabras como agua para el sediento, agua fresca y limpia… como los días de otoño… como hoy… un milagro para quien lo quiere ver...

Gratitud, gratitud, gratitud.

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