“Paradigma” es el sistema de conceptos y de creencias a través del cual vemos e interpretamos el mundo. Es un patrón, un modelo, una perspectiva global. Generalmente, pasa inadvertido. Es como una estructura invisible, pero absolutamente determinante, ya que a partir de él experimentamos el mundo. Al estar ajenos a su existencia, no cuestionamos lo que nos sucede. Lo damos por sentado: “así es la vida”.
¿Cuándo podemos comenzar a distanciarnos del paradigma y a observarlo? Cuando encontramos otro que no encaja con el nuestro. Cada sociedad tiene su propio paradigma (que va cambiando con el tiempo) y cada persona lo adapta de acuerdo a su personalidad.
Un “choque” de paradigmas se dio en los años ´60, cuando la espiritualidad de Oriente comenzó a ser conocida en Occidente de forma masiva. Mientras que algunos encontraron respuestas a sus cuestionamientos, otros la rechazaron abiertamente y otros se permitieron incorporar nuevos conceptos.
Hay personas que viven en “burbujas” familiares, en donde se manejan determinadas conductas (violentas, humillantes o alienantes, elitistas o lo que sea) quienes, al entrar en contacto con otras personas o grupos en el comienzo de su adultez, toman conciencia de las diferencias. Puede ser el impulso para cambiar y sanarse o para resignarse y continuar en ellos.
Los paradigmas familiares encuentran eco en la sociedad y viceversa. Un individuo victimizado puede ser el empleado ideal en una empresa que explota a su personal. Alguien que ha vivido en una familia con parámetros artísticos se inserta fácilmente en trabajos de esa índole.
Así como el pez no se pregunta qué es el agua, nosotros no nos cuestionamos si lo que interpretamos de la realidad es así (conviniendo que hay muchas realidades posibles, lo que lo hace más difícil todavía). Una aseveración muy común es que en “este país” (como muchos le dicen a Argentina, como si fueran de otro lado) si uno desea lograr algo debe trabajar en contra de todo y mucho más que en otros países. Esto se origina, en parte, de la experiencia de los inmigrantes que formaron Argentina, que vinieron a luchar y trabajar duramente por sus sueños y, en parte, de los vaivenes propios que hemos pasado (aunque, en esto último, ¿qué es primero: el huevo o la gallina?).
Como lo que creemos condiciona lo que encontramos, no es de extrañar que eso resulte “cierto” para muchos. Un paciente comenzó su tratamiento planteando si crecer o no en su negocio.
- ¿Por qué no? le pregunté
- Porque si quiero ganar más, tengo que trabajar más y no quiero eso en este momento de mi vida, en el que privilegio mi tiempo libre y otras cosas que quiero hacer.
- Estás planteando mal el tema. Para ganar más, tenés que trabajar MEJOR, no más. Cambiar la mercadería, los clientes, la organización, los márgenes de ganancia, lo que sea. La premisa es: tantos pesos en tantas horas por día, tantos días por semana.
Otro planteo es que no se puede ganar lo suficiente si se hace lo que se ama: se trabaja en empleos que se odian para tener el peso para disfrutar de las pocas horas que se pueden dedicar al don que se trae.
Esas proposiciones falsas son lo que alimenta la sociedad en estos momentos, en el que todos corren desaforados para ganar más… no sé para qué, porque no les reditúa en términos concretos de felicidad y plenitud, pero no importa… ¿quién se lo plantea? Es el paradigma.
sábado, 29 de septiembre de 2007
¿Con qué paradigma vivimos?
Publicado por Laura Foletto en 13:10
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