Estas dos semanas han sido bastante desafiantes. Hay una especie de detenimiento o incluso retroceso. Cuando esto sucede, tendemos a descreer o a dudar de nuestros objetivos. ¿Será posible lo que deseo, estaré preparado, no me estaré mintiendo, será el tiempo? Las preguntas abundan, junto con los temores.
Obnubilados por el exitismo imperante, pensamos que todo debe subir continuamente y no vemos lo evidente, lo que la Naturaleza nos muestra cada día: los ritmos. Por ejemplo, el de la contracción y expansión, como la del flujo y reflujo del mar. Nos ponemos ansiosos cuando la marea se retira. Hay razones para esto: reflexionar sobre lo que estamos haciendo, disponer nuevas metas o reforzar las existentes, descansar, instalar ciertas cualidades, soltar o finalizar algo, prepararnos para algo más grande, aislarnos para preservarnos o cuidarnos, etc.
En lugar de considerar estas variables, nos llenamos de dudas y boicoteamos lo que estamos buscando alcanzar. A veces, sólo se trata del desánimo o el enojo con que encaramos el momento, pero muchas otras arruinamos la oportunidad haciendo cosas para salir de la frustración o acelerar el paso. Esto es destructivo. Desde el pensamiento, la palabra o la acción, habilitamos situaciones que terminan o enlentecen el proceso iniciado.
Falta confianza. Una virtud cardinal, desconocida para el Ego. Él solamente sabe de controles. Tiene que escanear el entorno para vislumbrar cada posible amenaza, problema, traba, molestia, sin darse cuenta de que las está creando con su enloquecida actividad. Porque el Ego no sabe de fluidez y serenidad, tiene que estar operativo, en movimiento incesante para…, para… no sabe para qué, porque ya se fue por las ramas y se olvidó el para qué.
Ese es el problema. La meta nunca puede estar digitada por el Ego, porque él es un instrumento para la acción, no el eje de nuestra vida. Las mareas profundas que nos movilizan provienen del Ser, las olas superficiales son las agitaciones del Ego. Por lo tanto, debemos ir a lo hondo para saber quiénes somos y cómo deseamos expresarnos en esta vida. Una vez que lo vamos descubriendo (y esto es un devenir, no una opción cerrada y definitiva), lo iremos concretando con confianza.
¿Qué significa esto? El Ego piensa que tiene que construirlo desde la nada, que debe esforzarse sin tregua para lograrlo, luchando contra todo y todos para superar las adversidades que seguramente encontrará. Al creerlo, lo crea. ¿Es así? Por supuesto que no. Hay otra forma. El Ser ya es y tiene los medios para materializar su acontecer.
Desde la muy restringida visión del Ego, todo parece limitado. Se desespera porque no puede evaluar más que lo que ve e imagina (escenarios catastróficos seguramente). El Ser posee el vasto potencial de lo ilimitado y genera lo que es lo mejor para nosotros, para nuestro aprendizaje y evolución. Cuando podemos confiar en él y nos dejamos llevar por su mano, todo es creatividad y plenitud… incluidos los reflujos.
Finalmente, confiar es descansar en el Ser, aceptando su amorosa guía. Es caminar firmemente enraizados en la Tierra y sostenidos por la Luz. Es vivir desde el centro del Amor.
Obnubilados por el exitismo imperante, pensamos que todo debe subir continuamente y no vemos lo evidente, lo que la Naturaleza nos muestra cada día: los ritmos. Por ejemplo, el de la contracción y expansión, como la del flujo y reflujo del mar. Nos ponemos ansiosos cuando la marea se retira. Hay razones para esto: reflexionar sobre lo que estamos haciendo, disponer nuevas metas o reforzar las existentes, descansar, instalar ciertas cualidades, soltar o finalizar algo, prepararnos para algo más grande, aislarnos para preservarnos o cuidarnos, etc.
En lugar de considerar estas variables, nos llenamos de dudas y boicoteamos lo que estamos buscando alcanzar. A veces, sólo se trata del desánimo o el enojo con que encaramos el momento, pero muchas otras arruinamos la oportunidad haciendo cosas para salir de la frustración o acelerar el paso. Esto es destructivo. Desde el pensamiento, la palabra o la acción, habilitamos situaciones que terminan o enlentecen el proceso iniciado.
Falta confianza. Una virtud cardinal, desconocida para el Ego. Él solamente sabe de controles. Tiene que escanear el entorno para vislumbrar cada posible amenaza, problema, traba, molestia, sin darse cuenta de que las está creando con su enloquecida actividad. Porque el Ego no sabe de fluidez y serenidad, tiene que estar operativo, en movimiento incesante para…, para… no sabe para qué, porque ya se fue por las ramas y se olvidó el para qué.
Ese es el problema. La meta nunca puede estar digitada por el Ego, porque él es un instrumento para la acción, no el eje de nuestra vida. Las mareas profundas que nos movilizan provienen del Ser, las olas superficiales son las agitaciones del Ego. Por lo tanto, debemos ir a lo hondo para saber quiénes somos y cómo deseamos expresarnos en esta vida. Una vez que lo vamos descubriendo (y esto es un devenir, no una opción cerrada y definitiva), lo iremos concretando con confianza.
¿Qué significa esto? El Ego piensa que tiene que construirlo desde la nada, que debe esforzarse sin tregua para lograrlo, luchando contra todo y todos para superar las adversidades que seguramente encontrará. Al creerlo, lo crea. ¿Es así? Por supuesto que no. Hay otra forma. El Ser ya es y tiene los medios para materializar su acontecer.
Desde la muy restringida visión del Ego, todo parece limitado. Se desespera porque no puede evaluar más que lo que ve e imagina (escenarios catastróficos seguramente). El Ser posee el vasto potencial de lo ilimitado y genera lo que es lo mejor para nosotros, para nuestro aprendizaje y evolución. Cuando podemos confiar en él y nos dejamos llevar por su mano, todo es creatividad y plenitud… incluidos los reflujos.
Finalmente, confiar es descansar en el Ser, aceptando su amorosa guía. Es caminar firmemente enraizados en la Tierra y sostenidos por la Luz. Es vivir desde el centro del Amor.
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