martes, 2 de septiembre de 2008

¿Qué es la confianza?

Una paciente me contaba que, trabajando con el tema de cómo sus dolores pasaban de un lado al otro sin encontrar bienestar (tiene parálisis cerebral), de pronto se le ocurrió: “cuando tomo aire, tomo a Dios; cuando exhalo, me entrego (y entrego el dolor)”. Sintió una enorme paz cuando lo hizo y sus dolores comenzaron a ceder.

Mientras me lo decía, lo percibí en el cuerpo. Al inhalar, el cuerpo se carga, se expande, se prepara para la acción. Al exhalar, se contrae, se relaja, se rinde. Lo común en la sociedad que vivimos es lo primero: un cuerpo tenso, saturado, listo para actuar, con una respiración de tomar (que llega al extremo en los ataques de ansiedad o de pánico). Lo segundo es visto como debilidad o, en el mejor de los casos, como algo para realizar en los raros momentos de ocio o de vacaciones (que en realidad son más momentos para actuar: no se sabe simplemente estar).

Esta noción de HACER continuamente está haciendo estragos, especialmente en las mujeres que han agregado a las tareas de la casa las de sus profesiones. Antes y después de sus horarios de trabajo afuera (porque siempre trabajan), se hacen cargo de las cosas de la casa y de los hijos, mientras, muchas veces, sus esposos se van a “distraer/relajar/descansar”, como si ellas no tuvieran el mismo derecho.

Este un tema que amerita más espacio, pero aquí lo que quiero destacar es la compulsión a la acción, a acaparar espacios y actividades (a pesar de las quejas continuas al respecto) como una forma de ser o de obtener poder.

Hemos confundido tanto este tema que pensamos que tenemos que hacer para ser. Así, creemos que, cuanto más hacemos (y tenemos), más somos. Es entendible entonces la gran frustración que desanima a muchos: si hacen tantas cosas, si tienen tantas cosas, ¿por qué no se sienten mejor, por qué tanto vacío, por qué todavía no son suficientes?

La razón es que SER no es una actividad. Es una entrega. Ya somos. Lo que nos impide rendirnos a esta verdad es que pensamos que no somos… bastante, bastante buenos, capaces, hermosos, creativos, amorosos, inteligentes, adecuados, lo que sea. En esta inhabilidad para aceptarnos como somos, para apreciar la multitud que contenemos, para trazar un rumbo pleno y lleno de enriquecedores aprendizajes encontramos el dominio del Ego.

Como él fue instrumentado para llevar a cabo los designios del alma, implementa lo que sabe: hacer. Es necesario ponerlo nuevamente en su lugar y tomarnos el tiempo de conocernos, de aceptarnos, de entregarnos a nosotros mismos y hacer desde el corazón. De esta forma, todo se simplifica.

Con otra paciente, embarazada, comentábamos lo difícil que nos resulta hacer esto y confiar (para mí también, como habrás leído en el blog). En cierta forma, encontramos seguridad en los problemas y dificultades. Como dice “Uno”:
“Uno busca lleno de esperanzas
el camino que los sueños
prometieron a sus ansias.
Sabe que la lucha es cruel y es mucha,
pero lucha y se desangra
por la fe que lo empecina”

¡Qué necesidad?! diría yo… Pero, así estamos. Haciendo un tango de todas las cosas y sintiéndonos cómodos en la batalla del diario vivir. Porque, por otra parte, ¿cómo es ser, hacer, tener, crecer desde parámetros más amorosos, simples, conectados a lo divino, concientes, abundantes, creativos? ¡No lo sabemos! Y esto da miedo… tememos lo nuevo… y “mejor malo conocido que bueno por conocer”…

Hace poco, leí en una canalización que “la Confianza es un don. ¿En qué consiste este don? Confiar es saber que cada quien recibe información, que cada quien puede ser el artífice de su propio propósito, que cada quien tiene el impulso necesario para auscultar verdades y para develarlas donde corresponda. Si cada quien observara con Certeza qué verdades se le develan, se abrirían las puertas y se descorrerían los velos de una manera mucho más afianzada”.

La confianza se expresa en el cuerpo en una musculatura eutónica, en una postura con gracia y potencia, en una respiración libre y amplia. En la mente, en actitudes abiertas, innovadoras, creativas. En el corazón, en una relación aceptante y amante con uno mismo y con los demás. En la sociedad, en una actividad que manifieste el máximo potencial y servicio, en prosperidad y crecimiento. En lo divino, en la entrega a Dios. Inhalo a Dios y exhalo entregándome al Dios que Yo soy.

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