jueves, 9 de agosto de 2007

Oda al vino

Siempre me gustó el vino (tengo un gen alcohólico). No tanto las otras bebidas, sino específicamente el vino y otros derivados de la uva, como el champagne y el oporto.

Yo soy de provincia (de Entre Ríos) y era normal en mi tiempo que, desde chicos, nos “colorearan” la soda o el agua. A medida que crecíamos, se iba incrementando la proporción. Mi primera borrachera la tuve a los trece, en una fiesta familiar, con vino patero de Mendoza. Probé un poquito y, como era muy dulce, me encantó y, aprovechándome de que los adultos estaban en la suya, fui tomando los restos de los vasos que encontraba. Al ratito, me arrastré a una cama y me dormí profundamente. Todos pensaron que era porque estaba cansada…

A los catorce, algunos sábados, con mi amiga del alma de la pubertad, robábamos cualquier bebida (anís generalmente) de nuestras casas, comprábamos cigarrillos sueltos y bajábamos las barrancas. Nos sentábamos al lado del río a chismear, filosofar, contenernos y contemplar el Paraná, que se deslizaba marrón y turbulento para desembocar en la ciudad en la que poco después viviría.

Ya en Buenos Aires, a los veinte, me hice amiga de una compañera de estudios que era unos diez años mayor. Con ella, aprendí a ir a restaurantes elegantes y comer y tomar de lo mejor. Me di cuenta, cuando empecé a salir, que los hombres aquí no estaban acostumbrados a tomar como en las provincias, así que era común que yo bebiera más que ellos.

Jamás perdí la compostura ni me puse alegre/estúpida ni triste. Sostengo que el alcohol (y las drogas) te llevan al nivel en que estás, verdaderamente. Yo siempre tuve una “borrachera cósmica”: un hermoso estado flotante en que todo está bien, cada cosa en su sitio, con un propósito, un tiempo y un lugar apropiados y perfectos… una meditación etílica!

El mayor episodio al respecto me pasó en Guaruja, en Brasil. Estaba con una pareja, en la playa, y tomé dos caipirinhas fuertísimas. En un completo estado beatífico, fui hasta la orilla del mar, sintiéndome Una con Todo. En un momento, todos los chicos que jugaban alrededor mío, se acercaron y me rodearon. Algunos me dieron la mano y me sonrieron. No sé cuánto duró, pero finalmente se me pasó y regresé. Pensé que había sido una alucinación propia de la borrachera, pero mi pareja, sin yo preguntárselo, me comenzó a contar lo que había visto con los chicos. ¡Fue hermoso!

Ahora, ya no tomo tanto, básicamente porque me cae mal, pero no renuncio a unas copitas con la comida, de vez en cuando. Para mí, el vino ha sido una bebida social, de amigos, de encuentro, de charlas, de gratos momentos en compañía. Este año, se me ha ocurrido abrir un buen Malbec y cenar sola con una copa, brindando a mi salud.

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