lunes, 20 de diciembre de 2010

El príncipe y el mago

Juan, un paciente, trajo a la terapia este fragmento de la novela El Mago de John Fowles a raíz de reflexiones que estamos teniendo acerca de cuál es la “realidad”. Te lo transcribo para que resuene en tu inconciente…

Érase una vez un joven príncipe que creía en todo, excepto en tres cosas: no creía en princesas, no creía en islas y no creía en Dios. Su padre, el rey, le había dicho que esas cosas no existían. Como no había princesas ni islas en los dominios de su padre y ni un solo signo de Dios, el joven príncipe creía en su padre.

Pero un día el príncipe salió de su palacio y llegó al territorio vecino. Allí, para asombro suyo, desde cada lugar de la costa veía una isla y en esas islas había criaturas extrañas y turbadoras que no se atrevía a nombrar. Mientras buscaba una barca, un hombre con un traje de noche se le acercó por la orilla.

- ¿Eso de allí son islas de verdad? – preguntó el joven príncipe.
- Claro que son islas de verdad – dijo el hombre con el traje de noche.
- ¿Y esas criaturas extrañas y turbadoras?
- Son todas princesas auténticas y genuinas.
- ¡Entonces Dios debe existir! – gritó el príncipe.
- Yo soy Dios – contestó, inclinando la cabeza, el hombre del traje de noche.

El joven príncipe volvió a casa lo más rápidamente que pudo.
- Así que has vuelto – dijo el padre.
- He visto islas, he visto princesas y he visto a Dios – dijo el príncipe en tono de reproche.

El rey no se inmutó.
- No existen ni islas reales ni princesas reales ni un Dios real.
- ¡Yo los he visto!
- Dime cómo iba vestido Dios.
- Llevaba un traje de noche.
- ¿Se había arremangado las mangas del abrigo?

El príncipe recordaba que sí. El rey sonrió.
- Ese es el uniforme de un mago. Te han engañado.

Viendo esto, el príncipe volvió a la tierra vecina y volvió a la misma costa donde, de nuevo, se encontró con el hombre del traje.
- Mi padre, el rey, me ha dicho quién eres – dijo el príncipe indignado -. Me engañaste una vez, pero no lo volverás a hacer Ahora sé que no son islas reales ni princesas reales, porque eres un mago.

El hombre sonrió.
- Eres tú el que te engañas, hijo. En el reino de tu padre hay muchas islas y muchas princesas; pero estás bajo el hechizo de tu padre y no las puedes ver.

El príncipe volvió a casa pensativo. Cuando vio a su padre, le miró a los ojos.
- Padre, ¿es verdad que no eres un rey de verdad sino solamente un mago?
- El rey sonrió y se arremangó las mangas.
- Sí, hijo mío, sólo soy un mago.
- Entonces el hombre de la costa era Dios.
- El hombre de la costa era otro mago.
- Tengo que saber cuál es la verdad, la verdad más allá de la magia.
- No hay verdad más allá de la magia – dijo el rey.

El príncipe se entristeció y exclamó:
- Me voy a matar.

El rey con su magia hizo aparecer a la muerte. La muerte se puso en la puerta e hizo señales al príncipe. El príncipe se estremeció; recordó las hermosas islas irreales y las hermosas princesas irreales.
- Muy bien – dijo-. Creo que lo podré soportar.
- ¿Ves, hijo? – dijo el rey-. Ahora también tú empiezas a ser un mago.

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