Estoy leyendo cuentos de Roberto Fontanarrosa y tiene momentos desopilantes, que provocan una risa espontánea, sino una sonrisa cómplice. Uno de ellos, llamado “Inspiración”, me hizo compararlo con otro tema. Resulta que Armando, un vago que se la da de artista, consigue a través de su padre, que está harto de darle dinero, venderle una obra de teatro a un gran productor. Cuando sus amigos le preguntan de qué se trata el guión, él les confiesa que no la ha escrito y que tiene cinco días para que su Musa lo inspire, única forma en que él puede hacerlo. Los otros desconfían de que eso suceda, pero a los dos días, mientras toman un café “un chorro de luz intensísimo pareció perforar el humedecido techo del Dory iluminando a Armando. Al mismo tiempo atronó el aire un coro celestial. Armando, lívido, en éxtasis, más que ponerse de pie pareció levitar como succionando por el mismo rayo ambarino. Sus ojos estaban desmesuradamente abiertos pero no reflejaban temor. Las voces angelicales del coral celeste aturdían y un viento arrachado despeinó el rubio cabello de Armando. De los bolsillos de su pantalón, de su saco, aparecieron palomas que volaron por el interior del Dory, enloquecidas. Una suerte de microclima extraño se generaba dentro de ese cilindro dorado en el cual flotaba, casi a 50 cm. del suelo, Armando. De pronto, así como se había producido, el encanto cesó. Se retiró la luz replegándose hacia lo alto, callaron las voces infantiles del coro y todo volvió a la rutina normalidad”. La inspiración había llegado. Armando pidió papel y birome urgente, pero quedó paralizado… ¿qué pasó?... “¿Podés creer que me olvidé?”, dijo Armando.
Pasan dos días y, mientras caminaba con sus amigos, vuelve a suceder. “¿Qué te dijo?” preguntan ansiosos… ¿"Podés creer que no le escuché nada? ¿Y qué voy a escuchar con ese coro de mierda que aturde? ¿Qué voy a escuchar?”. En su última noche, decide que el fenómeno lo ha tomado en lugares no propicios, así que toma un baño, se viste apropiadamente, cena ligero y se sienta a esperar en un sillón. Se duerme hasta que lo despierta una mano femenina. Allí está su Musa, no muy joven, no muy linda, no muy limpia. Le propone ayudarlo a pasar las cosas a máquina. Armando se enfurece, lo que él necesita son ideas, no una secretaria. Ella le dice que no tiene ideas, que van a tener que sentarse a trabajar toda la noche, que prepare mucho café y comiencen anotar cosas hasta que lo logren. Armando, desilusionado, se aviene a hacerlo.
Este cuento, además de la gracia que me causó, me resultó parecido a aquellas personas que creen que una vida espiritual es rayos de luz dorada brotando por doquier, mientras coros de ángeles amenizan acontecimientos extraordinarios que les sucederán continuamente. Nada más irreal ni ilusorio. La vida espiritual es la que están viviendo. Lo qué cambia es lo que sienten interiormente, la forma en que esas cosas suceden, la experiencia de que todo es divino y único… mientras hacen su labor diaria.
viernes, 9 de julio de 2010
Inspiración
Publicado por Laura Foletto en 11:38
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