martes, 20 de noviembre de 2007

La trampa de la perfección

¿La búsqueda de perfección es más intensa que antes?
No. Es un mecanismo de defensa contra la angustia. Sin embargo, la única perfección que existe es la imperfección. Es el hecho de no ser perfecto lo que permite la evolución, es decir, la adaptación a ambientes sociales, familiares, ecológicos que cambian todo el tiempo.

¿Entonces la perfección no nos hace felices?
¡No, al contrario! Si, por desgracia, lográramos ser perfectos, con bastante rapidez dejaríamos de estar adaptados a nuestro medio, que cambia constantemente y moriríamos. Esto mismo pasa en la vida cotidiana: este deseo de perfección tienen un precio psicológico y afectivo exorbitante. Es una forma de rigidez mental que nos vuelve difíciles de tratar. ¡Esta búsqueda no sólo es vana, sino que además hace infelices a los que nos rodean!

Pero las ganas de hacer las cosas bien, de hacerlas mejor, es un motor maravilloso, ¿no es así?
Sí, salvo que hacer las cosas bien no es hacerlas perfectas. Es hacerlas lo mejor que se pueda, sabiendo que serán imperfectas.

En el campo del amor, ¿qué significa querer “bien” a alguien?
Aceptar ser imperfecto y que el otro siga amándonos a pesar de eso.

¿Y que pasa con el deseo de ser un padre perfecto?
¡No es para nada perfecto ser un padre perfecto! Además, en altas dosis, eso da como resultado paroicos u obsesivos que, queriendo ser perfectos, destruyen por completo a sus hijos. En lugar de tener un padre o una madre que hacen el regalo de reconocer: “anoche estuve injusto, en el futuro me voy a esforzar para reaccionar mejor”, se ven frente a padres rígidos, mortificados por sus errores y que a veces incluso los hacen cargar con el peso de esos errores. No obstante, a un chico le da mucha seguridad tener un padre que se esfuerza por hacer las cosas bien y que reconoce su imperfección. Porque, de todos modos, el hijo crecerá siguiendo un tutor de desarrollo afectuoso, cariñoso e… ¡imperfecto! Además, esto le permite decirse: “yo también puedo permitirme no ser perfecto, siempre que reconozca antes mis padres que voy a tratar de actuar mejor”.

¿Por qué escribió que los niños perfectos deberían preocuparnos más que los otros?
No porque un chico sea bueno se va a desarrollar mejor. Estos chicos, en general, son muy tranquilizadores, quizás demasiado. Nos dejan en paz, llegan a hora, no transgreden jamás, no se copian en el colegio… Uno no los ayuda porque no plantean ningún problema, pero a veces son mucho más infelices que los chicos turbulentos. Después de la adolescencia, descubrimos con asombro su malestar. Esto pasa sobre todo con las chicas que transgreden menos y están bien adaptadas a la escuela. No sé porqué pero hay una angustia femenina específica. Antes de la pubertad, estas chicas tan angustiadas se dan seguridad a sí mismas siendo muy correctas, buenas alumnas. Esta buena conducta es el beneficio secundario de una angustia.

¿Los varones realmente se angustian menos?
Son más ansiosos de lo que se cree, pero lo expresan de otra manera, con peleas, con la droga, con noches de borrachera, con actos de delincuencia. Esto les permite adaptarse más a la edad adulta: adquieren una confianza en sí mismos que quizás los hace inadaptados para la esuela o las reglas de la sociedad, pero les permite afrontar la vida. ¡Un comportamiento “imperfecto” a veces permite desarrollarse mejor!

La imperfección termina siendo una suerte increíble.
Sí, porque permite una apertura. Esta propiedad se encuentra incluso en la lengua: las traducciones son siempre imperfectas porque nunca hay dos palabras perfectamente equivalentes entre dos idiomas. Es esta imperfección la que permite la evolución de la lengua. Y la que da lugar a la poesía y la creatividad. ¡Incluso en este campo, lo mejor es ser imperfecto!


Leí este reportaje al psiquiatra Boris Cyrulink (autor de “De cuerpo y alma”, “La maravilla del dolor”, “El amor que nos cura”) en la revista Elle (mientras esperaba a que me cortasen el pelo) y me pareció muy interesante. Recordé que, en los grupos de estudio o de terapia en los que estuve, era muy común (sobre todo en las mujeres) esta conducta de perfección, exigencia, “buena chica” que habían adoptado de niñas y que daba como resultado un enorme dolor e ira por no haber sido ser aceptadas como eran. Yo, al contrario, era del tipo rebelde y tumultuoso pero también tenía este deseo inconciente: “si soy perfecta, me aceptarán y me querrán”.

Es necesario darse cuenta de este error e iniciar la valiosa labor de aceptarse y amarse. Somos perfectos como Espíritus encarnados, pero nuestra alma está en constante evolución y aprendizaje. Tomar la vida como un juego de experiencias enriquecedoras es una mejor estrategia que matarse por una perfección inexistente. En todo caso, como decía Richard Moss, “Ya soy perfecto tal cual soy”.

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