jueves, 25 de octubre de 2007

Cambiante

Desde hace un tiempo, mi vida cotidiana está siendo muy variable. Si bien, por mi trabajo, ha sido siempre así, esto se ha incrementado. Mi agenda está escrita en lápiz porque estoy continuamente cambiando citas y actividades.

Al principio, “me saltaba la térmica” con frecuencia. Me enojaba lo voluble que se estaba transformando todo. No podía programar mucho ni en tiempo ni en entrada de dinero. La incertidumbre era la única constante. Luego, me di cuenta de que así serán las cosas, por lo menos por bastante tiempo.

Ya no hay nada a lo cual aferrarse. Las viejas estructuras invariables, los trabajos “para toda la vida”, los sueldos seguros, los matrimonios “hasta que la muerte nos separe”, las certezas incuestionables, se han marchado para no regresar. Esto constituye una fuente inagotable de estrés y ansiedad si no sabemos cómo adaptarnos a ello.

Siempre afirmo que vivo veinte años adelantada. Me di cuenta de esto hace mucho, a pesar de que todo a mi alrededor sostenía lo contrario. Mi primer trabajo fue en una enorme multinacional y para cualquiera me había sacado la lotería: tendría trabajo para toda la vida… estuve en cuatro puestos diferentes y me fui a los cinco años. Tuve dos empleos más (en una agencia de publicidad y en un instituto que nucleaba ejecutivos de finanzas), de los cuales me echaron. Problemas con la autoridad…

Decidí que quería ser independiente. Lo único que se me ocurrió fue vender y lo hice con diferentes productos intangibles unos cuantos años, pero no hacía lo que quería. Pero, ¿qué quería? era la gran pregunta. No lo sabía.

Me dedicaba a acumular experiencias en distintos ámbitos y niveles. Muchas mudanzas, muchas parejas, muchos empleos, muchos estudios. Desde que comencé a trabajar, hice paralelamente cursos de toda clase. Lo que más me atraían eran los relacionados con el crecimiento personal. Me inscribí en una carrera de tres años de Terapia de Integración CuerpoMente, porque me di cuenta de que tenía serios problemas con mi cuerpo y mi salud, que las terapias psicológicas que había hecho no habían resuelto.

Al comienzo del tercer año, justamente, comenté que estaba en una gran crisis existencial y que no sabía qué hacer de mi vida, que era fundamental para mí tener una vocación, un llamado, una misión, como se llame y que no encontraba por donde era. A mitad de año, exploté. Dejé de trabajar, me encerré en mi casa y (dramática y arriesgadamente, como buena ariana) lancé al Universo mi pedido (bah! mi furiosa y desesperada súplica): “Si hay un Dios, quiero que me muestre a qué me tengo que dedicar”. Aclaro que no es necesario tanto despliegue de emocionalidad, pero estaba realmente harta (es una excusa).

Pasaron un par de meses largos y nada. Me iba deslizando al fondo del pozo, pero no claudiqué. Un día, en medio de una de mis tandas de llanto, escucho una voz interior: “¿No te das cuenta de que ya estás en lo que deseas?!”. ¡¿Qué?!! Yo estaba haciendo la carrera por mí, nunca se me había ocurrido que por ahí era mi camino. Me acordé que dicen que todo lo que queremos está a nuestro alrededor, pero no lo vemos. Estamos rodeados de lo que es para nosotros, pero lo pasamos por alto porque caemos en el abandono total de nuestra esencia para vivir en la mediocridad con que el mundo nos hipnotiza.

A partir de ahí, encontré la paz y el propósito que había buscado por tanto tiempo. Fue difícil al principio. No porque deba ser así, sino porque yo todavía no contaba con todas las herramientas que hoy tengo. Soy una pionera y, como tal, hago el trabajo pesado para que otros lo encuentren fácil después.

¿Por qué cuento esto? Porque he recibido varios mails relacionados con este tema. Por supuesto, cada uno tiene su propia experiencia. Lo que quiero rescatar de esto es que una sincera solicitud y una entrega profunda hacen la diferencia.

Es lo mismo que me está sucediendo ahora. No sé cómo se va a ir desarrollando mi trabajo (que va mutando también) ni mi vida en general. Tengo proyectos y sé que soy la creadora de mi vida, pero entiendo que es necesario fluir con lo que va pasando y confiar en que será para mi mayor bien. Hace mucho, me dijeron que “la Providencia está asegurada”. Es cierto. No sólo para mí sino para todos. Cuando llegamos aquí, nuestro sustento está previsto. La razón por lo que no es así es por cuestiones de poder que hemos mal manejado como humanidad, pero sigue siendo cierto. Si te atrevés a confiar, comenzará a ser realidad.

Tengo el lápiz y la goma preparados. Voy adónde, cuándo y cómo sea lo mejor. Decidido no por mi ego sino por mi alma y la sabiduría y el amor del Universo.

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