A fin de año, solemos formularnos importantes
metas, a veces con eficientes planificaciones… que solemos al fin no
cumplir. ¿Por qué? Casi nunca, nos planteamos cómo vamos a plasmarlas ni qué aspectos nuestros tienen
que activarse para hacerlo, por lo que terminamos repitiendo las
equivocaciones de siempre o lográndolas a base de tantas luchas y esfuerzos que
acaban invalidando el cometido.
He
observado que tenemos magníficamente conocidos y trabajados nuestros aspectos
más negativos, carentes y débiles. Sabemos cómo enojarnos, deprimirnos,
entristecernos, sufrir, renunciar, humillarnos, criticarnos. Tenemos los gestos, las sensaciones, las
emociones, los pensamientos, las palabras para hacerlo. Somos muy eficaces para tomar cualquier
situación y sentirnos incapaces, frustrados, inadecuados.
Frecuentemente, después de escuchar a mis
pacientes relatar sus errores y faltas, les pregunto sus cualidades y
fortalezas. Silencio. Una,
por lo menos. Algunos tiran algo
obvio (soy bueno…) y después más silencio.
Si vivimos sumergidos en un mundo negativo, ¿cómo vamos a lograr lo que
nos proponemos?
No
poseemos imágenes ni relatos para poblar un mundo amable y creativo. No hay posibilidad de construir
algo distinto si no podemos verlo, sentirlo, nombrarlo, olerlo, tocarlo. No fundaremos lo que no conocemos, lo que no
consideramos posible o real para nosotros.
Y eso comienza adentro, no afuera.
Pudiendo sacar aspectos que lo concreten.
La primera pregunta es: ¿los tenemos? Si no los vivimos hasta ahora, ¿dónde
están? Para comenzar, todos somos
todo. Cualquier aspecto que se nos ocurra está en nosotros. Somos un holograma que contiene cualquier
posibilidad. O, como digo, somos un cóctel
con todos los ingredientes. Por supuesto
que algunos tienen más cantidad que otros, es distinto en cada persona, pero
están. Eso es seguro.
Lo que sucede es que nos hemos contado un
cuento que imposibilita diferentes aspectos y situaciones. “Yo no soy…, yo no puedo…, yo
nunca…” es el latiguillo con que nos castigamos impiadosamente. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo jugaremos el lastimoso cuento del desposeído, del
pobrecito, del incapaz, del sufrido, de lo que sea?
Nos la
pasamos viendo lo que no hay, lo que no somos, lo que no tenemos, lo que no
podemos, lo que no sabemos, lo que NO.
¿No será hora de lo que SÍ? Damos por sentado tantas cosas que, en un
planeta en que tres cuartas partes de la población sobreviven con las mínimas
condiciones, es hasta arrogante no tomarlas en cuenta. ¿De qué nos quejamos, en realidad?
Es
tiempo de aceptar y apreciar lo que eres.
De listar las cualidades, los dones, las
facilidades, las relaciones, las pertenencias, los estudios, las posibilidades,
y de regocijarte con las magníficas oportunidades con que cuentas. ¿Y lo que no?
¿Acaso crees que odiándote y sufriendo lo conseguirás?
Libera
los aspectos más positivos que permanecen esperando ser activados en el fondo
de tu interior. Eso es lo que está en tu inconciente, en tu profundidad. No terribles monstruos sino luminosos
aspectos. Primero, créelo. Luego, dale gestos, actitudes, palabras,
sensaciones, contextos, ropas, metas. ¿Cómo eres feliz, confiado, potente,
paciente, perseverante, cariñoso, compasivo, sabio? ¿Dónde irías, qué harías, con quién estarías,
cómo sería tu día, cómo te vestirías, qué comerías, cuál sería tu entorno, cómo
lograrías tus metas?
Ahora que tienes claro lo que deseas, vive con
conciencia. Obsérvate y, cuando te des cuenta que caes en tus viejos aspectos,
respira, suéltalo y prueba con traer algo nuevo. Al principio, con titubeos y errores y, luego
con más seguridad, irás incorporando tus preciosas luces.
Hazlo
simple, fluido, alegre, creativo, busca el aprendizaje en todo momento, da y
recibe, conéctate a tu Ser, bendice cada cosa, contribuye a un mundo amable,
dale oportunidad a la Luz, ámate y ama. ¿Son
buenas metas para este año? Creo que
sí. En eso estoy yo también. Te agradezco estar ahí. Juntos es más fácil. ¡Feliz año, feliz vida!
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