No me estoy refiriendo a que soy fría, enorme y ando
flotando peligrosamente, sino a que muestro
un 10% de lo que soy. Siempre he
sido reservada, a pesar de que tengo una faceta extrovertida y ruidosa, mucho
más fuerte cuando era chica. Lloré y
grité y reí con ganas mis primeros años, tanto que fui el centro de donde
estuviera. Una compañera me dijo que lo
que me pasaba se notaba en mi cara y me traumó.
Yo creía que ocultaba bastante
bien la locura y la confusión que sentía.
Hipersensible y distinta,
observadora y curiosa, veía cosas que no comprendía pero que me afectaban
hondamente. Mi cabeza era un crisol
en donde se mezclaban pensamientos de lo más variados y extremos y mi corazón
era un infierno en donde ardían emociones intensas y mutables. Creía que los demás no eran como yo, que
ellos eran más “normales”. Con el tiempo, compartiendo, me di cuenta de
que yo también era normal y que mis rarezas eran lo mejor de mí, mi sello, mi
marca distintiva.
No me entendía en tanta multiplicidad y no captaba qué era
lo que me motivaba. Buscaba en los demás
qué los hacía moverse, porque la vida, así como me la presentaban, me parecía
sin sentido ni profundidad. El caos se
iba haciendo cada vez mayor y no quería que nadie se diera cuenta, así que me
refugié en mi faceta de aislada reserva (con la consiguiente cara de póquer).
Era una máquina de leer y quería saber cada aspecto de las
personas, de las situaciones, de las cosas, de lo que sea. Me ponía en abogado del diablo y presentaba
el otro lado en las discusiones, para que surgieran las contradicciones y las
uniones. Quería llenar el vacío de significado con información, con vivencias,
con acumulación, con riesgos. Quería
encontrarme, quería la unidad en la diversidad, quería integración.
Finalmente llegó y fue a través del Espíritu. El rompecabezas se armó y comprendí. Nada había sido en vano y todo se puso en su
lugar. El silencio que fui haciendo
durante tantos años se profundizó preciosamente. Pero tiene un lado negativo: me cuesta
revelar lo que aprendí (este Boletín y el blog son cálidos intentos). Antes,
era un iceberg que ocultaba el caos.
Ahora, soy un iceberg que tiene sumergida su parte más plena. Mostrarla y vivirla es mi mayor desafío. ¿Acaso no es el tuyo también?
Sea cual sea el momento que estés pasando en tu despertar,
conectarte con lo mejor de ti es movilizar a la superficie esos aspectos que te
definen como un ser espiritual transitando una encarnación en este
planeta. El Ego es el 10% de ti, el que
todos (y tú mismo) ven y experimentan.
Tu Ser está moviéndose debajo del agua y te lleva a destinos
maravillosos. Siendo el que verdaderamente te conduce y guarda tus cualidades más
luminosas, sería maravilloso dejarlo emerger y brillar al sol.
Una de las cosas que
aprendí es que crecemos al compartir. Hoy es mi cumpleaños. Me pareció hermoso agradecerte tu confianza
con un regalo: mostrarme para ayudarte a mostrarte. Somos perfectos así como somos. Amemos esta fragilidad poderosa que es ser
humanos divinos. La Nueva Energía nos
impulsa y nos sostiene. Co-creemos el
mejor de los mundos, adentro y afuera, arriba y abajo.
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