Ayer, tomé un colectivo hacia el centro que pasa por los Bosques de Palermo. Aún cuando el sol está desvaído por el invierno y es un paisaje hecho por el hombre, sentí una alegría, una gratitud, una paz enormes mientras veía la pálida luz filtrarse por los árboles, el césped intensamente verde, el lago con sus patos, la serenidad del conjunto. Ese es el gran regalo de la Naturaleza: la conexión instantánea con Todo lo Que Es.
En las grandes ciudades como Buenos Aires, perdemos mucho de la armonía y de los ciclos que ella nos muestra. Motivados por el Ego, queremos todo ya. Alumbrados por la luz eléctrica, nos aislamos de las etapas que cada cosa necesita para crecer. Corridos por los horarios, nos falta integración y prioridades. Cargados de polución de cualquier clase, ensuciamos nuestro cuerpo y nuestra energía. Aturdidos por los ruidos, no tenemos quietud para escucharnos. La Naturaleza nos regala paciencia, iluminación, silencio, limpieza, claridad, conexión.
Si no vivimos en o cerca de ella, podemos airear la casa, poner muchas plantas, vestir fibras naturales, abusar del agua (beberla, lavarse frecuentemente las manos hasta los codos, tomar baños de inmersión, estar cerca de extensiones de agua), pasear por plazas y parques respirando activamente, acostarse contra árboles, caminar descalzos, etc.
La Naturaleza te recuerda quién eres verdaderamente. Cada árbol te arraiga a la Tierra y te une al Cielo. Inhala y exhala la energía primordial que reside en el aire y llénate de amor, de paz, de poder, de alegría.
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