Tema recurrente
en terapia: la culpa. Por si hago, por si no hago; por si soy egoísta,
por si doy demasiado; por si fui esto o aquello; por si tengo, por si no tengo…
por cualquier cosa… el ego siempre se las ingenia para encontrar motivos.
Nace en
nuestra infancia, cuando nos manipulan/amenazan con
dejar de amarnos, de reconocernos, de apoyarnos, de estar, porque no somos como
nuestros padres quieren que seamos. Revoltosos, gritones, llorones, sensibles, agresivos, encerrados,
salidores, lectores, volados, contestadores: podemos ser de muchas formas, pero
si no se adecúan a lo que ellos esperan, nos tratan de formar a su imagen y
semejanza o a lo que ellos piensan que es lo mejor para nosotros.
La manipulación
puede darse explícitamente (“no te voy a querer más si haces esto”, “me lastima que seas así”, “está mal que pienses de esta
forma”, “no eres capaz de hacerlo”) o implícitamente (silencios, gestos
represores, falta de cariño, no hablar de determinados temas). El
hecho es que nos queda una sensación interna de que somos inadecuados,
insuficientes, malos, erróneos, feos, anormales, etc.
Podemos
responder siendo adaptados o rebeldes. Los primeros ceden y se transforman en
niños buenos, siguen las reglas, se conforman al sistema. Los
segundos continúan reclamando aceptación a través de conductas agresivas,
de hacer lo contrario a lo que se espera de ellos, llevando sus exigencias a la
sociedad a través de luchas por distintas cosas. En la base, ambos son
dos caras de la misma moneda. Cambia la actitud, pero siguen
sintiéndose incompletos, necesitados, incorrectos.
De esta falta
de aceptación de uno mismo nacen los “debería”, los “tengo que”, que martirizan
con sus exigencias y perfeccionismos. Lo que está en el fondo es “si
fuera de tal forma, entonces tendría...”. Nos llenamos de pequeños y grandes
programas para lograr metas exteriores, para adaptarnos y manipular como hicieron
con nosotros, para tapar el vacío y lo que consideramos malo, para cambiarnos
por lo que parece ser el modelo social de éxito. Es la fórmula de la
desdicha y la frustración, porque sólo podemos ser felices siendo quienes somos
y no otros.
Como es
imposible dejar de ser uno, aparece la culpa y ésta exige castigo. ¡Y somos muy ingeniosos en
castigarnos! Y crueles, porque buscamos nuestros lugares más preciados y
sensibles. Y porque lo hacemos eterno: no bastan unos años, es cadena
perpetua. Cada nueva caída clama otra sentencia y así andamos, dejando en
la cárcel a nuestros Niños Internos, privados de amor y apoyo.
¿Cómo lo
liberas? Reconociéndolo y aceptándolo así como es: un niño maravilloso, original, precioso,
lleno de dones y cualidades, inocente, alegre, entusiasta, deseoso de jugar en
el mundo a sus anchas, ilimitado. Perdonando a tus padres (porque
forman parte de la cadena de culpabilidad e inconciencia de la humanidad;
porque hicieron lo que podían o creían mejor o repitieron
con ellos; porque tú los elegiste para acabar con el asunto,) y a ti
mismo, por sobre todo.
La conciencia
es el antídoto. A
tu Ego le falta todo. A tu Ser no le falta nada, es completo.
Cuando comprendes, rompes el hechizo y encuentras la
paz de ser tú mismo. Transfórmate en los Padres amorosos
y contenedores que tu Niño necesita. Así se rompe el círculo
vicioso. Llévalo de aliado en tus juegos. Deja de ser ese ser
abrumado, exigido, pesado por la carga de la culpa y entiende que viniste a
jugar en un mundo amable. Dale cariño, apoyo, contención, halagos. Rían
juntos, iluminando el mundo.
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