sábado, 29 de agosto de 2009

Caminando el Laberinto de Chartres

El miércoles, fui a caminar el Laberinto de Chartres (aquí, en Buenos Aires, eh!). ¿Qué es? Cito: “Mandala cosmológico y calendario de base lunar, tiene su fundamento en la geometría sagrada, ese antiguo arte que otorga serenidad y equilibrio a las emociones y la mente. El círculo es universalmente reconocido como símbolo de totalidad y unidad; la espiral, de transformación y crecimiento. El Laberinto de Chartres es un circuito de once vueltas y de una sola vía que conduce siempre hacia el centro, sin caminos falsos ni riesgo de perderse, y retorna hacia la salida. El camino hacia adentro facilita la limpieza y aquietamiento de la mente; el espacio central es un lugar de meditación y contemplación para permanecer receptivos a las bendiciones del silencio; el camino hacia afuera, conduce a la integración de la creatividad y el poder amoroso del alma en el mundo. Si se recorre con la mente y el corazón abiertos, el mandala se convierte en un espejo que responde a las preguntas acerca de quiénes somos y dónde estamos en nuestra vida”.
Cuando recibí un mail con la invitación, inmediatamente sentí que “debía” ir. Lo recorrí un par de veces hace unos años y me encantó. No tenía nada en mente cuando comencé, sólo caminé, lentamente. Entonces, me apareció una intensa angustia acerca de la inutilidad de hacer… cualquier cosa… ¿para qué seguir, para qué experimentar?... nada tiene sentido. Este es un tema que tengo profundamente arraigado. Empecé a llorar. No quería caminar. Me detuve. Una voz interior me dijo que continuara, que confiara que el camino me traería la respuesta.
Seguí, llorando cada vez más. Entonces, me vinieron “recuerdos” de anteriores vidas en las que, en momentos culminantes como los que estamos atravesando ahora en la Tierra, yo había “fallado”, no había logrado salvar la situación. Todo eso era una carga y, a la vez, una conciencia lacerante de la responsabilidad que asumo. Tenía miedo de volver a fracasar, sin importar todo lo que había aprendido y realizado. Amorosamente, como siempre, las voces me tranquilizaron y me llenaron de consejos y cariño. Llegué al centro. Lloré más intensamente al reconocer la verdad y la maravilla del instante eterno que estaba viviendo.

De salida, algunos temores volvieron a aparecer y, graciosamente, me dijeron que no me preocupara, que esta vez sería como el laberinto que estaba recorriendo: a prueba de tontos, no hay forma de perderse a menos que uno se distrajera… y yo estoy atenta!! Fue una experiencia increíble. La palabra que me quedó resonando fue CONFIANZA. Gracias a todos, sobre todo a Ana Inés y Julio Avruj que nos recibieron en su Laberinto.

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