lunes, 13 de julio de 2009

¿Te guía el Poder del Amor?

“Sabes, todas las cosas que supuestamente “sufro” se han convertido, en realidad, en una enorme ventaja. Hablo de raza y discapacidad. Se supone que son factores negativos en nuestra sociedad, pero son precisamente las cosas que me han liberado”. Esto lo expresó un artista negro, discapacitado por un accidente.

Como comento en el blog, los lugares en donde nos paramos para vernos son cruciales. Acostumbrados a victimizarnos, solemos tomar nuestras “debilidades” para identificarnos. Somos los raros, los enfermos, los sensibles, los golpeados, los alcohólicos, los sufridos y los muchos etcéteras involucrados en raza, género, origen social, status económico, problemas físicos, traumas infantiles, etc. Es interesante que, como sociedad, adoremos y persigamos modelos de perfección y, en lo interno, nos sintamos imperfectos e incorrectos.

En general, no hemos recibido una educación a través de la cual podamos reconocer y apreciar nuestras fortalezas, dones y cualidades, a la vez que aceptamos nuestras debilidades, carencias y limitaciones como posibilidades de transformación y aprendizaje. Al contrario, tendemos a ocultar y proyectar éstas últimas, mientras damos por sentado las primeras, sin valorarlas debidamente.

Me pasa frecuentemente que les pregunto a los pacientes acerca de las virtudes que poseen y se quedan mudos; no pueden nombrar más de un par de cosas, las cuales además consideran poco estimables. Cuando les menciono algunas, no las reconocen o les ponen objeciones. En cambio, es posible que nombren defectos sin parar, casi con satisfacción.

Parece que siempre somos poco, menos, inadecuados. Algunos pasan de la inferioridad interna a la superioridad externa: se muestran lo más, son orgullosos, insensibles, perfeccionistas, soberbios, alardean de sus rasgos y de sus producciones… para compensar conciente o inconcientemente lo que sienten.

¿A qué se debe esta extendida plaga de no valoración? A muchas razones. Además de Niños Internos que continúan jugando su juego, quiero mencionar un factor que atraviesa lo personal y lo social: el Poder.

Según como está instalado, el poder es una fuerza dominante, en el sentido de ser ejercido sobre otros. Así tenemos el clásico dúo “víctima/victimario” en sus múltiples variantes, tanto en lo familiar, lo sexual, lo político, lo social, lo religioso, etc. A pesar de que tendemos a creer que el victimario es el que tiene el poder, generalmente esta relación esconde un reparto inconciente del mismo y/o una necesidad mutua: no hay uno sin otro.

¿Por qué es posible esta relación? Porque ambos desconocen el propio poder, el que tienen por derecho natural, el que es esencial a su ser. Esos juegos en los que nos involucramos delatan la falta de poder interno o, mejor dicho, la falta de reconocimiento del mismo.

Cuando sabemos quiénes somos, cuando podemos apreciar nuestras cualidades y trabajar en nuestras carencias, cuando aceptamos que tenemos el poder de ser y hacer, de elegir y de crear, nos paramos en el verdadero lugar.

Como decía este artista que mencioné al principio, las supuestas debilidades son nada más que oportunidades para convertirlas en ricos aprendizajes, del que saldremos más fortalecidos, más amorosos, más comprensivos, más creativos, más entusiastas con seguir explorando la propia vida. Así, somos verdaderamente libres. En realidad, descubrimos mucha de nuestra Luz a través de la Oscuridad.

¿Cuál es el juego que reemplaza al del Poder? El del Amor, el del Poder del Amor. Esta semana, un paciente que tiene muy poca autoestima, producto de un padre omnipresente y autoritario, me discutía constantemente. Le hice notar que me estaba poniendo en lugar del padre, que estaba suponiendo que debía rechazarme y pelearme para ser él, porque creía que yo lo avasallaría con mis ideas (como lo hizo su padre). Le dije: “yo no estoy en tu contra, estoy a tu favor. Yo no quiero que pienses como yo, sino que aprendas a pensar por ti mismo. Yo no quiero tener poder sobre ti, sino que tú encuentres tu propio poder. Yo no estoy sobre ti, estoy contigo”.
Una vez leí que, cuando nos enamoramos verdaderamente, en realidad nos enamoramos de nosotros mismos porque nos vemos reflejados en los ojos del otro, que ve lo mejor de nosotros y que desea lo mejor para nosotros. Es cierto. Quizás, se trate de la imagen de lo divino en nosotros, del vislumbre de los ojos de Dios que nos recuerdan que somos espíritus bellos, amorosos y poderosos.

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