miércoles, 15 de julio de 2009

De eso no se habla

Hace bastante tiempo, me di cuenta de que, por lo menos en la sociedad argentina, no se habla. ¿Qué quiero decir? Evidentemente, hablamos mucho, nos quejamos intensamente, chismoseamos abierta y escondidamente, pero… no hablamos de lo que verdaderamente importa.

Esto se nota mucho en las parejas y en las familias. Como terapeuta, es constante el hecho de que me cuenten secretos, ocultamientos, traumas infantiles, temores, dudas, sucesos cruciales… que no se comparten con nadie más o, por lo menos, no con las personas con quienes se debería hablar.

Igualmente, cuando tratamos algún tema espinoso o fundamental y les animo a que lo charlen con sus allegados, enseguida aparece una resistencia enorme: porque no se ha hecho nunca, porque se teme a la reacción del otro, porque puede cambiar el status quo, porque no se sabe cómo.

Encuentro que otras sociedades son mucho más abiertas. Por ejemplo, la norteamericana. Tienen una forma más natural de comunicarse, directa y franca. También, para pedir perdón cuando se han equivocado. No se trata de un mero formalismo: implica algo sumamente importante. Cuando no han perdonado a ciertos presidentes, no era por el suceso en sí sino porque mintieron acerca de ese suceso. Nos hemos acostumbrado a mentir para salir del paso, por comodidad, porque tememos al poder de la verdad, para no responsabilizarnos, porque lo vemos como algo normal.

Además somos “vuelteros”. Nos cuesta decir las cosas directamente, damos rodeos, evaluamos la reacción del otro, hablamos por detrás. Y, lo peor: pasamos directamente al hecho. En lugar de hablar, nos separamos, nos peleamos, somos infieles, matamos.

El diálogo parece fuera de la ecuación. Y quiero decir diálogo, no esos monólogos acusatorios y victimarios en que caemos frecuentemente las mujeres (y algunos hombres). “Yo hablo y él no me escucha”. En principio, a los hombres les suele costar más la expresión y se centran más en los hechos. Pero, las mujeres tendemos a ir con un discurso lastimero, colérico, demandante y confuso, que cierra al otro en lugar de abrir la comunicación.

Ayer, charlaba con un amigo acerca de lo que espero para mi futura pareja y le dije que una de las condiciones principales era esa: hablar. Crear y sostener la confianza, el respeto y la sinceridad necesarios para conversar acerca de lo que sentíamos y pensábamos. Nada de secretos, de conjeturas o fantasías (¿qué le pasa?), de excusas, de mentiras blancas o verdades a medias.

Es un gran desafío para mí, porque, como todos, todavía estoy influenciada por una sociedad que oculta y disfraza. Cuando era chica y joven, era directa y frontal, agresiva y “sincericida”. Tuve muchísimos problemas por eso. Pasé a callarme casi todo. No estoy arrepentida porque también aprendí a observar y evaluar, a decir lo justo, a dejar de proyectar para responsabilizarme de mí misma. Ahora, creo que es hora de hablar un poco más, desde la autenticidad, el respeto y el amor.

No hay comentarios: