Conversaba
con una paciente acerca de los intensos cambios de actitud que estaba
experimentando, comparándolos con el principio de su terapia; en un momento, me
cuenta sobre la presunción que había tenido de que ella podía ocultar
determinadas cosas de su carácter que no quería que los demás vieran (porque
las consideraba malas o negativas).
Ahora, se daba cuenta de que los otros sí las habían notado: ¡qué
esfuerzo inútil!
Nos
reímos mucho y le comenté que todos
caemos en esa conducta porque buscamos desesperadamente la aprobación de los
demás, aún a costa de nuestra autenticidad.
Andamos por la vida fingiendo ser otros para que nos acepten y resulta
que no sólo no lo conseguimos, sino que además ellos se dan cuenta de la
simulación. Le dije: “es mejor ser rechazados por lo que somos
que aceptados por lo que no somos”.
“¡Qué frase para el Boletín!” me contestó, riendo… y aquí está…
Es
un tópico común en la terapia el asunto de qué somos y qué no somos. En realidad, somos todo: un combo que incluye desde lo más abyecto hasta lo más
sublime. El problema es que no
queremos aceptar los extremos, así que nos contentamos con sobrevivir en la
mediocridad (no en la armonía de la integración, que sería otra cosa). La
primera falta que cometemos es negar lo negativo. Como la sociedad y la religión nos conminan a
“mostrar” que somos buenos, hacemos el intento de rechazar lo que no es
admitido (lo que pasa a la Sombra) y de actuar como los buenos ciudadanos y
feligreses que debemos ser.
Es
una estrategia equivocada porque lo que es siempre encontrará la forma de ser
(aún a pesar de las reglas). La dualidad es una forma de aprendizaje. Lo “malo” tiene algo que enseñar y, al
aceptarlo, atravesarlo e integrarlo, fortalece y enriquece lo “bueno”. Alguien que admite sus aspectos irascibles y
agresivos puede usar esa energía para identificar su fuerza, poner límites y
pararse independientemente. Quien no lo haga, tenderá a ser buenudo y no bueno
y a atraer a los violentos y abusivos a su alrededor (por una ley de
compensación de energías y para su propio aprendizaje).
Sólo
reconociendo cada aspecto que nos alberga encontramos paz con nosotros mismos,
ya que no necesitaremos esconder ni proyectar nada en los demás. PODEMOS
ser de muchas formas, pero ELEGIMOS activar algunas. Y aquí hay otro tema: si decidimos ser
amables y comprensivos, ¿lo hacemos por convicción o por miedo? Cuando hemos trabajado con los aspectos
rechazados, lo hacemos porque nos damos cuenta, en cuerpo y alma, de que las consecuencias de una y otra conducta
son muy distintas y optamos por la que nos hace sentir amorosos, calmos y
completos, no porque tememos los rechazos o buscamos las alabanzas del
sistema.
Últimamente,
me he planteado mucho este asunto. Creo que la Nueva Energía tiene relación con
una forma de ser en que la amabilidad, la serenidad, la aceptación, la
paciencia, son muy poderosas. ¡Vivir
quejosos, agresivos, victimizados, temerosos es muy de Vieja Energía! Tener poco humor también… Y creo que se trata de una decisión el comenzar a asimilar estas
cualidades, dándoles protagonismo en nuestras vidas.
Esto supone una
nueva definición de lo que creemos que somos.
Normalmente, nos presentamos en formas irreversibles: ¡así soy yo! Si nunca esto fue real, ahora lo es menos. Es tiempo de redescubrirnos de formas más
amables y luminosas y de concretarlas de maneras más simples, bellas y
abundantes. Todo está dentro de
nosotros: es parte del combo. Implica revelar lo que es, poniéndolo en la
luz. Implica desplegar el Dios
interior. Implica integrar lo material y
lo espiritual, en esta bendita Tierra.
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