lunes, 18 de febrero de 2013

Para ti, que te preguntas: "¿y cómo lo hago?"


Es la interpelación (con tono desesperado) que más surge cuando hablamos de hacer cambios.  Lo interesante es cuestionarnos porqué creemos que es tan difícil y complejo hacerlo.  En realidad, lo complicamos  (como todo) y después nos quejamos porque se complicó.  Así que una primera sugerencia sería desdramatizar.  Si sólo practicáramos bajar la emocionalidad y respirar, volviendo a centrarnos, todo se haría mucho más sencillo.

Luego, recordar que, si nos propusimos determinado aprendizaje, también traemos la forma de resolverlo.  ¿Y cómo aparece?  Todos los días surgen oportunidades en nuestra vida cotidiana.  Lo que sucede es que no nos damos cuenta o las resistimos.  Supongamos que a María le cuesta mucho poner límites.  Trabaja en un empleo adonde su jefe y sus compañeros la sobrecargan con tareas que no le corresponden, justamente porque ella se calla y cede.  Ese es el tipo de lugar en donde puede elaborar su problema y no saldrá de ahí (salvo a otro trabajo en donde le hagan lo mismo) hasta que ella no aprenda.  Por lo tanto, cada día María tiene la posibilidad de rechazar alguna tarea de algún compañero, diciéndole de buena manera que no es parte de su función.  ¿Surgirán peleas continuas?  No, si María se ocupa interiormente de convencerse de su necesidad de respetar su espacio y su individualidad; de convencer a su Niña Interna de que será resguardada por ella siempre.  En la medida que comience a creerlo, su tono de voz, su postura, su actitud irán revelando su confianza y esta energía se hará patente para los demás, quienes, poco a poco, irán considerándola, dándole su lugar.

Este compromiso de amarnos y cuidarnos es primordial para todos y, sin embargo, es el menos abordado.  Utilizamos palabras de desmerecimiento, de carencia, de limitaciones constantemente; dramatizamos situaciones con emociones y pensamientos sobreexcitados; permitimos que los demás disminuyan nuestras contribuciones; nos hacemos víctimas del  mundo.

Nuevamente, encontramos oportunidades de cambiarlo continuamente.  El requisito indispensable para comenzar a hacerlo es la conciencia.  Si vivimos dormidos y reactivos, repetiremos los patrones infantiles.  Si ponemos un Testigo Interno, nos daremos cuenta de cuándo nos decimos que no podemos, no sabemos, no somos suficientes, no servimos.  Respiremos y exhalemos esa sensación.  Tengamos a mano frases cortas y contundentes para reemplazar esos pensamientos.

Aquí surge otro tema: no podemos cambiar lo que no conocemos.  Decimos livianamente. “yo quiero cambiar”.  ¿Qué?  ¿Por qué otra cosa?  Si no sabemos de dónde partimos ni para adónde vamos, nos perderemos en la selva de los NO.  En lugar de rumiar las mismas pasturas indigestas de siempre, es mucho más movilizador y entusiasta observarnos para conocernos profundamente.  Así, cuando percibamos que nos decimos determinado mandato (“nunca voy a poder expresar lo que siento”), respiremos exhalándolo y digamos un nuevo decreto (“me expreso con naturalidad y sencillez y los demás me comprenden”).  Luego, pasemos al acto, ya que, sin llevarlo al cuerpo, no cambiará.  Aunque nos cueste y lo hagamos mal al principio, lo importante es perseverar hasta lograrlo.


¿Difícil?  Más difícil es una vida de frustración y mediocridad.  Viniste con un potencial magnífico para crear y disfrutar.  Nadie te lo impide, más que tú mismo.  Las limitaciones que ves afuera nacen de adentro.  Sácalas de ti y se evaporarán afuera.  Así funciona.  Ahora ya lo sabes.  Ponlo en práctica.  Tú puedes.  Estás apoyado por tu Ser y por el Universo.  Deja de maltratarte y comienza.  Haz la transformación que tu alma te pide.

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