lunes, 14 de mayo de 2012

¿Por qué nos cuesta instalar un modelo de bienestar?


Una pregunta recurrente entre mis pacientes (y amigos y conocidos) es: si yo sé que me hace mal, ¿por qué lo sigo haciendo?

Una de las principales razones es que lo que ahora nos hace daño fue beneficioso cuando surgió.  Cuando éramos niños y sufrimos distintas carencias (sean afectivas o materiales), usamos algunas estrategias para anestesiarnos o para manejar el temor o el dolor que esas situaciones nos causaban.  Esas defensas, resistencias, idealizaciones, negaciones, transferencias, fueron efectivas para poder sobrevivir o continuar con esperanzas de que se solucionaran en el futuro.  El tema es que lo que sirvió de pequeños no sirve de adultos, pero nuestro Niño Interno nos maneja y sigue insistiendo en los recursos que encontró  y redobla la apuesta en cada fracaso, buscando redimirse y ser feliz.  Su exploración la hace afuera, primero ante papá y mamá y luego ante el mundo.  En realidad, está esperando que nosotros lo contengamos y le expliquemos una nueva forma de enfrentar la situación, con amor y paciencia.

La idealización es una maniobra que muchos usamos.  Si nos sentíamos tímidos e incapaces y nos escondíamos avergonzados, crearemos un modelo perfecto, lleno de seguridad, talento, seducción y fortaleza, el cual será nuestra meta adulta y a través del cual conseguiremos el respeto, la admiración, el reconocimiento, el amor, el dinero, lo que sea que arregle la carencia.  Algunos podrán lograrlo plenamente  porque habrán aprendido a conocerse, aceptarse y evolucionar en el camino, pero la mayoría (sea que lo consigan o no) continuarán apelando a la autoexigencia y el perfeccionismo para tapar el vacío y obligarse a más y más y más.  Nunca será suficiente y actuarán como un barril sin fondo, sacrificándose en el altar del desamor.  De nuevo, el Niño Interno debe comprender que no hay nada malo en sí mismo y que tiene todo lo que necesita.

Una conducta poco comprendida es cómo nos manejamos con el placer.  Si tuvimos padres que apreciaron nuestras cualidades, que nos enseñaron a obtener las metas creativamente y no a  través de la lucha, que disfrutaron las pequeñas cosas y valoraron las grandes, habremos puesto el placer en las sustancias positivas de la vida.  Si, por el contrario, crecimos en medio de privaciones, de culpas y castigos, de agresiones encubiertas o expuestas, de sufrimientos continuos, encontraremos placer negativo en fallar, en perder, en tratar y no lograr, en victimizarnos, en el dolor y la enfermedad, en superar dificultades cada vez más grandes, etc.  Sólo reconociendo esta conducta y aceptando el merecimiento de las buenas cosas gratuitamente, simplemente por ser seres espirituales encarnados, lograremos dar vuelta el mandato.


La repetición es la esencia del Ego.  Es la forma en que el Alma nos señala el aprendizaje, a través de nuestros Niños Internos.  El problema es que no lo consideramos un recordatorio sino un castigo o una condena para siempre.  Una vez hallado el mensaje, es cuestión de instalar el nuevo modelo… y nos cuesta porque cedemos a la inercia de lo que veníamos haciendo. 

Es un trabajo que demanda perseverancia y cariño.  Sin ceder a la repetición neurótica, podremos ir construyendo una vida verdadera, conectada al corazón.  Los pequeños pasos, los mínimos cambios, confiados y entusiastas, son más importantes que la idealización narcisista de un solo momento que salvará nuestra vida deslumbrantemente.  Reconozcamos la conciencia, la sencillez, el afecto, la constancia y la auto-contención como esenciales.  Démonos la mejor vida que podemos, nacida de la conexión sagrada con nosotros mismos y no con modelos externos y falsos.  Finalmente, sólo podemos ser felices siendo quienes somos.


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