Una pregunta recurrente entre mis pacientes (y amigos y
conocidos) es: si yo sé que me hace mal,
¿por qué lo sigo haciendo?
Una de las principales razones es que lo que ahora nos hace daño fue beneficioso cuando
surgió. Cuando éramos niños y
sufrimos distintas carencias (sean afectivas o materiales), usamos algunas
estrategias para anestesiarnos o para manejar el temor o el dolor que esas
situaciones nos causaban. Esas defensas, resistencias, idealizaciones,
negaciones, transferencias, fueron efectivas para poder sobrevivir o
continuar con esperanzas de que se solucionaran en el futuro. El tema es que lo que sirvió de pequeños no
sirve de adultos, pero nuestro Niño Interno nos maneja y sigue insistiendo en
los recursos que encontró y redobla la
apuesta en cada fracaso, buscando redimirse y ser feliz. Su exploración la hace afuera, primero ante
papá y mamá y luego ante el mundo. En realidad, está esperando que nosotros lo
contengamos y le expliquemos una nueva forma de enfrentar la situación, con
amor y paciencia.
La idealización
es una maniobra que muchos usamos. Si
nos sentíamos tímidos e incapaces y nos escondíamos avergonzados, crearemos un modelo perfecto, lleno de seguridad,
talento, seducción y fortaleza, el cual será nuestra meta adulta y a través del
cual conseguiremos el respeto, la admiración, el reconocimiento, el amor, el
dinero, lo que sea que arregle la carencia.
Algunos podrán lograrlo plenamente
porque habrán aprendido a conocerse, aceptarse y evolucionar en el
camino, pero la mayoría (sea que lo consigan o no) continuarán apelando a la
autoexigencia y el perfeccionismo para tapar el vacío y obligarse a más y más y
más. Nunca será suficiente y actuarán
como un barril sin fondo, sacrificándose en el altar del desamor. De
nuevo, el Niño Interno debe comprender que no hay nada malo en sí mismo y que
tiene todo lo que necesita.
Una conducta poco comprendida es cómo nos manejamos con el
placer. Si tuvimos padres que apreciaron
nuestras cualidades, que nos enseñaron a obtener las metas creativamente y no
a través de la lucha, que disfrutaron
las pequeñas cosas y valoraron las grandes, habremos puesto el placer en las
sustancias positivas de la vida. Si, por
el contrario, crecimos en medio de privaciones, de culpas y castigos, de
agresiones encubiertas o expuestas, de sufrimientos continuos, encontraremos placer negativo en fallar, en perder,
en tratar y no lograr, en victimizarnos, en el dolor y la enfermedad, en
superar dificultades cada vez más grandes, etc.
Sólo reconociendo esta conducta y
aceptando el merecimiento de las buenas cosas gratuitamente, simplemente por
ser seres espirituales encarnados, lograremos dar vuelta el mandato.
La repetición es
la esencia del Ego. Es la forma en que el Alma nos señala el aprendizaje, a través de
nuestros Niños Internos. El problema
es que no lo consideramos un recordatorio sino un castigo o una condena para
siempre. Una vez hallado el mensaje, es
cuestión de instalar el nuevo modelo… y nos cuesta porque cedemos a la inercia de lo que veníamos
haciendo.
Es un trabajo que demanda perseverancia y cariño. Sin
ceder a la repetición neurótica, podremos ir construyendo una vida verdadera,
conectada al corazón. Los pequeños pasos, los mínimos cambios,
confiados y entusiastas, son más importantes que la idealización narcisista
de un solo momento que salvará nuestra vida deslumbrantemente. Reconozcamos
la conciencia, la sencillez, el afecto, la constancia y la auto-contención como
esenciales. Démonos la mejor vida
que podemos, nacida de la conexión sagrada con nosotros mismos y no con modelos
externos y falsos. Finalmente, sólo podemos ser felices siendo quienes somos.
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