Con el alma abierta en Bariloche

Desde que decidí ir a esta hermosa ciudad de la Patagonia, todo fue fluyendo serenamente. El vuelo se retrasó un poco por un problema menor y eso hizo que charlara con la señora a mi lado, que terminó en cavilaciones sobre aprendizajes y terapias. Ya en Bariloche, Vanina fue una anfitriona maravillosa, divertida y atenta (si necesitas una Agente de Viajes, no dudes en consultarla). Conversamos hasta tarde, mientras el viento soplaba intensamente llevando un fino aguacero. Quería ver nevar pero el pronóstico era de lluvias continuas.

El viernes, fui al Circuito Chico, un paseo por los alrededores de la ciudad. Fui en una combi y, como estaba sola, una mujer (que resultó mexicana) se acercó a mí. Compartimos toda la excursión agradablemente. Una sincronía absoluta. Llegábamos a cada lugar sin hacer filas, podíamos apreciar los increíbles paisajes antes de que se cerrara el cielo. Esto fue evidente en el Cerro Catedral, al cual pudimos llegar a la cima antes de que se nublara y luego almorzar entre algodones.

Entre ricas comidas, charlas y trabajo, el tiempo se deslizaba plácidamente. El sábado a la noche, fuimos a ver un grupo de música celta. De pronto, disfrutando canciones lentas, mi corazón se abrió y comencé a recibir información sobre mi vida y porqué estaba en esa ciudad. Lágrimas de felicidad y plenitud caían por mi cara. Fue un momento precioso.

El domingo, fuimos a Los Cohiues, un pequeño pueblo a orillas del Lago Gutiérrez. Las nubes se abrieron y el sol brilló con fuerza todo el día. Caminar en esos lugares es un regalo del cielo. Cada rincón es una sorpresiva belleza, lista para darse. La Cascada de los Duendes culminó un paseo lleno de placer y hermosura. Y un almuerzo tardío lo reafirmó.

¿Qué mejor que finalizar en Bariloche, tomando ricos tés en un lugar fantástico?

Mi única expectativa era que nevara y no se cumplió. Sin embargo, todo lo que se dio fue sincronizado, sereno, alegre, feliz, sabio, divino, perfecto. ¡GRACIAS!!!