martes, 24 de abril de 2007

Constancia

Ayer, escuché a Eugenia De Chicoff (una señora que se dedica a “los buenos modales” y tiene como 100 años) hablar de qué hace al despertarse. Se levanta a las 5 de la mañana, se para desnuda frente a la ventana, sin importar la temperatura, y comienza levantándose la autoestima con distintas frases. Luego, hace una serie de ejercicios en los cuales la clave es la respiración. Cuando le preguntaron la edad, dijo: “la edad es un número y yo no soy un número, yo soy una persona”. ¡Genial!!

Si bien no pienso hacer algo tan drástico, me di cuenta (una vez más) de mi falta de disciplina y constancia cuando no me gusta o no me sale hacer algo. Soy muy perseverante cuando me nace del corazón, pero en el resto, sobre todo en las cosas cotidianas o que tienen que ver con la salud o que implican método, nada me dura más de un par de semanas.

Es mi gran talón de Aquiles y la razón por la que no he conseguido más, teniendo tantas facilidades. Quizás, sea por eso justamente. Tiendo a descansar en ellas y, peor, a no valorarlas. He venido con muchos dones y he desarrollado otros; ¿por qué no éste, que es tan necesario?

Si bien las cosas “vienen” a mí cuando estoy preparada, vibrando en sintonía, sin esfuerzo ni sacrificio, atendiendo a la intención que he lanzado al Universo desde el alma, también es cierto que debo ser consecuente con ella. Ahí está mi falla.

Muchas personas que no están en este camino suelen decir que “es fácil, que no tiene compromiso”. ¡Qué lejos! Vivimos en las exigencias del Ego y esperando las recompensas que nos promete, generalmente distanciados de nuestro verdadero sentir y encolumnados como ovejas detrás de lo que la sociedad nos vende o nos inculca. Se necesita mucha autoconciencia, mucha labor interna, mucha firmeza para seguir lo que nos dicta el corazón y entregarnos a ello sin importar lo que dicen los otros, manteniendo la fe, el entusiasmo, la alegría, el amor.

Nos han mentido tanto (a veces a propósito y otras por ignorancia) acerca de lo que somos y de cómo se desarrolla este propósito divino que hemos encarnado que es indispensable una enorme raigambre y consistencia para no dejarse desviar por todo lo que nos rodea. Igualmente, para sostener una visión y permitirse, confiadamente, que encuentre el rumbo en la realidad entre la miríada de oportunidades de esta sopa cuántica en que moramos.

Este es el propósito de hoy: ser constante en las pequeñas cosas, en los objetivos, en mí, al fin y al cabo.

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