Si eres uno de los que
nada más la ve escrita y se brota, ya sabes a lo que me estoy refiriendo. Quizás, no llegues a comprender realmente de
qué se tratan o te parezcan una carga
que no puedes sostener o los asumes livianamente y te caes cuando se ahondan o
te paralizas por temor a tomarlos o adquieres demasiados hasta que te agotas.
Muchas veces, estas
actitudes tienen que ver con la forma en
que nuestros padres se han comprometido en relación a nosotros cuando éramos
niños. Puede ser que no lo hicieran
seriamente o, por el contrario, que lo tomaran como una obligación neurótica o
que lo asumieran al comienzo y luego se desinteresaran o se marcharan o se
murieran y eso constituyera un dolor insoportable. La sociedad misma tiene mensajes
contradictorios. Los idealiza o los
fusiona con sacrificios y agobios o los niega infantilmente.
El compromiso es el fundamento de cualquier relación
auténtica de amor. En una pareja, es lo que posibilitará que
avance fructíferamente después que pasa el enamoramiento. Con los hijos, es lo que nos transformará de
padres biológicos en padres verdaderos.
En un trabajo o estudio, es lo que permitirá que profundicemos y
progresemos plenamente. En una terapia o
cualquier labor de desarrollo personal y/o espiritual, es lo que realmente nos conectará con las riquezas de nuestro
interior.
Entonces, ¿por qué tantos problemas con los
compromisos? Porque nos causan cambio,
riesgo, crecimiento, dedicación y, también, dolor. Veamos: cuando nos damos cuenta de que
estamos estancados, sabemos que debemos evolucionar. Nuestra parte más sabia y conectada nos
invita a movernos con la Vida, porque Ella es cambio constante, es mutación:
algo debe morir para que nazca algo nuevo.
Nos da miedo este proceso, ya que no estamos educados para pensar
así. Nos aferramos a lo que somos y a lo
que hay, por más que ya no funcione o suframos.
Ese paso supone un cierto
riesgo. Estamos habituados a la
seguridad y la comodidad de lo conocido.
¿Qué sucederá, qué ganaremos y qué perderemos, qué pasará con los otros? Finalmente, se trata de crecer, de asumir nuevos roles, de dejar atrás las
limitaciones que nos hemos impuesto, de liberar lo que ya no sirve o constituye
una carga sin sentido, de desarrollarnos, de hacer uso de nuestra creatividad.
Esto requiere dedicación,
constancia, paciencia, confianza, fe, valor.
¡Ufa! Mejor me quedo como
estoy. ¿No es lo que pensaste? Y sí, parece demasiado. La clave aquí es no asustarse ante el gran
panorama sino ir haciendo pequeños avances cada día. Como dice un proverbio chino: “un camino de
mil kilómetros comienza con un paso”. Se trata de hacer lo necesario en cada
momento, sin cargarse con el pasado ni con el futuro. Sostener la visión, mientras se va caminando
paso a paso, en el aquí y ahora.
¿Será todo sobre un lecho
de rosas? No, claro. Habrá momentos de dolor, de indecisión, de
frustración, de ira, de tristeza. Pero,
piensa un momento: ¿no los tienes ya? ¿Y
qué estás consiguiendo? ¿Hacia dónde
estás yendo? ¿Están mezclados con otros
de entusiasmo, alegría, autoestima, respeto, fuerza, logro, creatividad,
plenitud, amor? Eso es lo que obtendrás
si cambias.
¿Y el compromiso? Es lo
que te mantendrá firme y confiado.
Si no asumes el compromiso por lo que decidas, caerás una y otra
vez. Pero, ¿qué pasa si nunca lo has
hecho o has tenido malas experiencias con asumirlo? Comienza con pequeñas cosas. Observa lo bien que te sientes cuando lo
logras. Concientiza los temores y
enfréntalos, con calma y confianza.
Date cuenta de que, cuando te comprometes, te liberas. Al
contrario de lo que crees, ser irresponsable o no aceptar los cambios que
necesitas, te mantiene prisionero de lo que temes, te hace débil, te victimiza,
te mantiene en una mediocridad gris y enfermiza. Por
eso, asume el mejor compromiso que puedes hacer: contigo mismo. ¡Lo lograrás!
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