miércoles, 10 de junio de 2009

Reflejos de amorosa creación

Tengo un paciente sumamente brillante, con quien cada sesión es estimulante y beneficiosa… para ambos. La última vez vino con una serie de temas que quería discutir conmigo, acerca del proceso terapéutico y de nuestra relación. Si bien él sacó en limpio muchas cosas que le sirvieron, creo que la más favorecida fui yo. Justamente, tocó asuntos que yo estaba dando vueltas en mi cabeza y que, gracias a nuestro intercambio, pude comprender más claramente.

Esta clase de sesiones son las que hacen fascinante mi trabajo. Yo sostengo que en una relación terapéutica ambos aprendemos y que eso es, intrínsecamente, el valor y la razón de ella. Un lado de la ecuación que crea que sabe todo o que aplica “recetas” ya digeridas por otros o que se esconde en una supuesta “objetividad”, crea un contexto de poder, por un lado, y cierra toda posibilidad de auténtico aprendizaje y evolución, por otro lado.

Sé que muchos pacientes asisten a psicólogos o terapeutas simplemente para continuar en lo mismo. Se disculpan ante sí mismos y ante otros con un “voy a terapia, pero no puedo cambiar, no lo logro”. Nos usan de excusa, sin involucrarse verdaderamente. Por la clase de persona que soy, no me tocan mucho estos pacientes, pero los reconozco rápidamente. Hablan de nimiedades, sin elaborarlas o despliegan teorías o frases hechas que los justifican, sin comprenderlas.

Lo que se desarrolla en el proceso de una sesión libera reflexiones y vivencias tanto en mí como en el paciente, enriqueciéndonos a ambos, ya que somos espejos que disparan miríadas de reflejos y destellos que obtienen refracciones más allá de nosotros dos, en el universo entero. Tal es el poder de dos almas que se encuentran para amorosamente recrearse.

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