lunes, 8 de octubre de 2012

¿Puedes permanecer neutral?


Últimamente, he notado situaciones en las que me encuentro inducida a tomar partido entre individuos o puntos de vista e, instintivamente, me niego a hacerlo.  Puede ser dos personas que se llevan mal entre ellas y quieren que les dé la razón a una o gente que desea que opte por sus propias opiniones políticas o religiosas o sociales.  Aunque generalmente tiendo a ver la mayor cantidad de aspectos de algo y tomar una posición equilibrada, me puse a reflexionar porqué me surgía esta respuesta tan visceralmente.

Creo que tiene que ver con la transformación de la dualidad en trialidad.  Estamos en una dualidad (bien/mal, luz/oscuridad, rico/pobre, alto/bajo) y nuestra mente siempre se va de un extremo al otro, a veces buscando la moderación y otras simplemente por pereza.  Basta que nos marquen alguna debilidad para que nos defendamos yéndonos al otro lado: “¿cómo que me esfuerzo demasiado?; ¿quieres que me siente a que todo me caiga en las manos”; “¿que soy muy agresivo?, a mí nadie me va a pasar por encima”.  Nos cuesta salir de esta manera de pensar; en principio, porque estamos marcados a fuego por ella y, segundo, porque creemos que el resultado es la mediocridad… como si no fuéramos suficientemente mediocres al hacer lo mismo de todos…

El desvanecimiento de la dualidad crea muchos problemas porque ya no nos resultan estos continuos devaneos entre polaridades.  Charlando con un paciente acerca de sus actitudes con su hijo, que oscilaban entre el egoísmo y el deber, se podía ver claramente el error en este planteamiento desde la dualidad.  Por un lado, él se estaba cansando de llevarse mal con su hijo en los días en que lo tenía a cargo y ansiaba estar haciendo otra cosa; esto lo hacía sentir egoísta y culpable.  Por otro lado, si cedía ante su deseo, temía la mirada acusadora de los demás y el castigo por ser mal padre.  En esta ecuación de extremos, no estaba integrado su hijo ni una mejor versión de sí mismo. 

Un hijo es un espejo formidable para conocerse y romper con actitudes que se arrastran desde la niñez.  Ellos despiertan nuevamente esos conflictos y son la oportunidad de resolverlos.  Cuando, en lugar de considerar al hijo como el portador del problema, se lo puede observar como el que brinda la escena para liberar un potencial de solución y concordia, todo cambia exponencialmente.  Cada momento puede ser una toma de conciencia de los aspectos reflejados en el hijo y la potencia de repararlos internamente.  Así, no sólo se estará trabajando con el Niño Interior del adulto sino que se estará habilitando, se estará abriendo la viabilidad de que el niño encuentre su propia solución, guiándolo amorosamente.  Es la tercera posibilidad, la trialidad. 

¿Cómo comenzar?  Siendo neutrales.  Estamos acostumbrados a reaccionar inconcientemente y así sólo perpetuamos la dualidad.  Cuando respiramos, nos centramos, somos testigos de lo que sucede, abrimos el portal de la conexión con nuestro Ser y aparece otra respuesta.  Es como un triángulo: los dos extremos de la dualidad son la base y el tercer punto es la trialidad, un vértice elevado que permite una mirada y un resultado más integradores y armónicos.


En estos tiempos en que se extreman las posiciones y las presiones cotidianas se agigantan, nuestra neutralidad es muy necesaria.  “Estar en el mundo sin ser del mundo”.  Permanecer serenos, permitiendo que cada persona, cada situación, cada nación realice sus propios aprendizajes y encuentre sus respuestas es crucial.  Es difícil también, porque deseamos ayudar e interferir por el bien del otro, pero… ¿cómo sabemos cuál es su verdadero bien?  ¿Y si necesita pasar por determinados acontecimientos para hallar su poder y su esencia?  ¿No le estaremos imposibilitando acceder a su lección de vida?  El mejor aporte que podemos hacer es encontrar nuestra propia luz e iluminar pacífica y amorosamente la oscuridad.

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