lunes, 20 de febrero de 2012

¿Para qué proponernos metas?


Charlando con un par de pacientes acerca de sus objetivos para este año, surgieron temas interesantes.  Uno es el para qué hacerlos.  Muchas veces, sólo se trata de metas que el Ego dispara para ocuparse (y preocuparse) y así acallar las discordancias internas.  Esto es particularmente cierto cuando esas intenciones tienen que ver con objetos materiales (un nuevo auto, más dinero, un viaje al exterior) o relaciones (una pareja, por ejemplo), en la idealización de que ellos nos harán felices y completos.  Planeados desde este punto de vista, nada de afuera logrará eso. 

En esta dimensión, el exterior es una metáfora del interior.  “Usamos” esta ilusión para diseñarnos determinadas experiencias en las cuales aprenderemos a ser creadores responsables.   Ese es el verdadero propósito de encarnar en un planeta tan desafiante como éste, en el que estamos mediados por un cuerpo físico para conseguir lo que nos proponemos.  No podemos concretar algo con un chasquido de dedos; se necesitan tres instancias para ello: pensamiento, palabra (hablada y/o escrita) y acción.  Cuando finalmente sucede, nos enfrentamos a las consecuencias de esa situación: ¿cómo nos sentimos?, ¿sirvió para expandirnos, para aprender, para inspirarnos?, ¿les sirvió a los demás?, ¿nos dañamos o herimos a alguien?, ¿fue para el mayor bien del Todo?

Lo que hacemos tiene resultados siempre y concientizarlos es llegar a un punto de madurez crucial.  No se trata de culparnos y castigarnos eternamente si descubrimos que hemos causado perjuicios.  Originalmente, “arrepentimiento” significa “cambiar de mentalidad”.  Entonces, se trata de perdonarnos (estamos en un camino de aprendizaje) y transformar nuestra actitud para obrar de una forma distinta, responsablemente.

Cuando nos trazamos objetivos, debemos plantearnos qué queremos aprender, qué potencial deseamos sacar a relucir, qué límites buscamos correr, qué cualidades anhelamos hacer brillar.  Cuanto más miedo nos provoquen, mejor.  Eso quiere decir que estamos bien encaminados, ya que significa que son reales y nos importan.  Por otro lado, no estamos aquí para sentarnos cómodamente a mirar pasar las cosas, sino para crear infinitamente a partir de lo finito.  Incluirle entusiasmo y alegría a la tarea, confiando en nosotros y en la Vida, es parte del proceso.

El poner esas metas internas en objetivos externos es lo que nos motivará a lograrlos porque implicará una constante toma de conciencia de cómo nos vamos transformando al proseguirlos.  Por ejemplo, si nos proponemos abrirnos más y dejarnos conocer, podemos ir a un taller de literatura, de danza, de algo que nos fuerce a mostrarnos y compartir.  Así, el afuera nos ayudará y nos revelará nuestras dificultades y nuestros progresos fehacientemente.

La otra razón para tener objetivos es que ellos nos suscitan un camino y nos permiten volver a él cuando nos perdemos o nos caemos (algo que seguramente sucederá).  Es como seguir una estrella. Esto es muy útil cuando nos proponemos cualidades que deseamos trabajar.  Si buscamos “integridad”, nos preguntaremos: ¿ésto está alineado con mi propósito?  Si no lo está, no lo hacemos.  Nos simplifica y nos focaliza, mientras nos estabilizamos hasta que lo incorporamos.  Te recuerdo que, si no está en el cuerpo, no está.  Si no puedes sentirlo en los huesos, en las células, no lo lograste.


A propósito, te doy un atajo útil: si deseas algo, ve directamente al acto.  Muchas veces, la mente y la palabra sirven como perpetuas telarañas para NO entrar en acción (¿y si pasa esto, y si pasa aquello, y si tal persona se enoja, y si la otra me deja de querer, y si, y si, y si…?).  Hazlo.  Allí, descubrirás verdaderamente tus resistencias y tus posibilidades.  Atrévete y realízalo.  Si tu intención es pura, el Universo conspirará para lograrlo.

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