Charlando con un par de pacientes acerca de sus objetivos
para este año, surgieron temas interesantes.
Uno es el para qué hacerlos.
Muchas veces, sólo se trata de metas que el Ego dispara para ocuparse (y
preocuparse) y así acallar las discordancias internas. Esto es particularmente cierto cuando esas intenciones
tienen que ver con objetos materiales (un nuevo auto, más dinero, un viaje al
exterior) o relaciones (una pareja, por ejemplo), en la idealización de que
ellos nos harán felices y completos. Planeados
desde este punto de vista, nada de afuera logrará eso.
En esta dimensión, el
exterior es una metáfora del interior.
“Usamos” esta ilusión para diseñarnos determinadas experiencias en las
cuales aprenderemos a ser creadores
responsables. Ese es el verdadero propósito de encarnar en
un planeta tan desafiante como éste, en el que estamos mediados por un cuerpo
físico para conseguir lo que nos proponemos.
No podemos concretar algo con un chasquido de dedos; se necesitan tres
instancias para ello: pensamiento, palabra (hablada y/o escrita) y acción. Cuando
finalmente sucede, nos enfrentamos a las consecuencias de esa situación: ¿cómo
nos sentimos?, ¿sirvió para expandirnos, para aprender, para inspirarnos?, ¿les
sirvió a los demás?, ¿nos dañamos o herimos a alguien?, ¿fue para el mayor bien
del Todo?
Lo que hacemos tiene resultados
siempre y concientizarlos es llegar a un punto de madurez crucial. No se trata de culparnos y castigarnos
eternamente si descubrimos que hemos causado perjuicios. Originalmente, “arrepentimiento” significa
“cambiar de mentalidad”. Entonces, se
trata de perdonarnos (estamos en un camino de aprendizaje) y transformar
nuestra actitud para obrar de una forma distinta, responsablemente.
Cuando nos trazamos
objetivos, debemos plantearnos qué queremos aprender, qué potencial deseamos
sacar a relucir, qué límites buscamos correr, qué cualidades anhelamos hacer
brillar. Cuanto más miedo nos
provoquen, mejor. Eso quiere decir que
estamos bien encaminados, ya que significa que son reales y nos importan. Por otro lado, no estamos aquí para sentarnos
cómodamente a mirar pasar las cosas, sino para crear infinitamente a partir de
lo finito. Incluirle entusiasmo y
alegría a la tarea, confiando en nosotros y en la Vida, es parte del proceso.
El poner esas metas
internas en objetivos externos es lo que nos motivará a lograrlos porque
implicará una constante toma de conciencia de cómo nos vamos transformando al proseguirlos. Por ejemplo, si nos proponemos abrirnos más y
dejarnos conocer, podemos ir a un taller de literatura, de danza, de algo que
nos fuerce a mostrarnos y compartir.
Así, el afuera nos ayudará y nos revelará nuestras dificultades y
nuestros progresos fehacientemente.
La otra razón para
tener objetivos es que ellos nos suscitan un camino y nos permiten volver a él
cuando nos perdemos o nos caemos (algo que seguramente sucederá). Es como seguir una estrella. Esto es muy útil
cuando nos proponemos cualidades que deseamos trabajar. Si buscamos “integridad”, nos preguntaremos: ¿ésto está alineado con mi propósito? Si no lo está, no lo hacemos. Nos simplifica y nos focaliza, mientras nos
estabilizamos hasta que lo incorporamos.
Te recuerdo que, si no está en el
cuerpo, no está. Si no puedes
sentirlo en los huesos, en las células, no lo lograste.
A propósito, te doy un atajo útil: si deseas algo, ve directamente al acto. Muchas veces, la mente y la palabra sirven
como perpetuas telarañas para NO entrar en acción (¿y si pasa esto, y si pasa
aquello, y si tal persona se enoja, y si la otra me deja de querer, y si, y si,
y si…?). Hazlo. Allí, descubrirás
verdaderamente tus resistencias y tus posibilidades. Atrévete y realízalo. Si tu intención es pura, el Universo
conspirará para lograrlo.
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