miércoles, 20 de julio de 2016

Vivir en el cuerpo, vivir en el presente continuo

¿Jugamos?  Imagina que eres exactamente quien eres ahora, pero  tu cuerpo es una máquina, un robot que sigue las órdenes de tu cerebro.  Te levantas, te bañas, el agua corre por tu cuerpo pero no la sientes más que como una necesidad de limpieza.  Desayunas y te llenas de la energía necesaria para comenzar el día.  Vas a tu trabajo y mecánicamente te dedicas a lo tuyo (en el medio, más alimento).  De vez en cuando, charlas con otros robots como una forma de intercambio de información.  Vuelves a casa, tomas la última ración de energía, miras televisión para entretenerte y te vas a dormir.  Durante esas diligencias, tu mente te atiborró de recuerdos del pasado, miedos del futuro, dudas, excusas, ansiedades, diálogos interminables acerca de lo que eres y deberías ser, de lo que pasó y debería haber pasado, etc.  Ella no descansa jamás y encuentra siempre material para su constante gestión.

Ahora, imagina que tu mente está en calma (activa pero equilibrada) y que tu cuerpo está vital y despierto.  Sensible al agua tibia de la ducha, a la suavidad y perfume del jabón, a la mullida toalla; al energizante café y al delicioso pan con mermelada.  Mientras vas al trabajo, percibes el frío del aire y los rayos cálidos del sol, el verde de los árboles y las flores multicolores, la hermosa arquitectura de los edificios, mientras escuchas la música que tanto te gusta.  Llegas y, aunque mucha de tu labor es repetitiva, encuentras la forma de involucrarte para ponerle tu sello, tu creatividad, tu interés porque sabes que el trabajo es una forma de servicio (siempre es para alguien).  Resuelves algunos problemas mientras llegan otros, te pones contento y también te enojas, te calmas, te das cuenta de que un error que cometiste tiene que ver con una actitud equivocada que prometes cambiar, sigues.  Charlas con tus compañeros, haces bromas, se reúnen para almorzar, tienes una conversación íntima con alguien que está pasando un mal momento y aprendes mucho acerca de cómo llevar adelante un duelo.  Te quedas lleno de emociones contradictorias, que sigues procesando mientras vuelves a tu casa.  Decides cocinar una sopa de verduras para tranquilizarte y disfrutas cortando cada una, apreciando sus colores, oliendo los diferentes aromas, el nutritivo resultado final.  Te sientas a comerla delante del televisor y miras una película sobre la pérdida de un esposo.  Se reactivan las emociones y te vas a dormir, con una mezcla de tristeza, descubrimiento, preguntas acerca de tu futuro y de la vida, pero agradecida por haber tenido un día lleno de situaciones interesantes.


 ¿Con cuál te sentiste más identificado?  Probablemente, fue una mezcla pero estoy segura que la primera te hizo replantearte cuántas fichas le ponemos a la mente, creyendo que es lo más importante en nuestras existencias.  Puede resultar chocante, pero la mente es sólo uno de los centros de consciencia, una instancia para conceptualizar la dualidad en la que vivimos (blanco/negro, bueno/malo, correcto/incorrecto).  Como además está atada a la línea del tiempo (pasado, presente, futuro), cualquier decisión que tomes desde ella te mantendrá siempre prisionero de la duda acerca de si no hubiera sido mejor tomar el otro extremo (“¿y si hubiera dicho que sí, sería mejor, qué tendría ahora?”).  Creemos que solo la mente toma decisiones, que hablamos únicamente desde ella, que nuestra vida está digitada por nuestros pensamientos nada más.

No es así.  Tenemos un cuerpo que está siempre presente, procesando el aquí y ahora, conectado biológicamente a instancias mayores que la mente común, vivaz y lúcido. Estamos en una instancia material, no mental.  ¿Por qué no lo aceptamos y lo capitalizamos?  ¿Por qué queremos “elevarnos” a costa del cuerpo?  ¿Por qué nos denigramos, nos destruimos, nos enfermamos, si tenemos tanta vida y posibilidades disponibles?  Ciertamente, hay muchas razones de poder y de control detrás, pero ahora podemos redefinirnos y rediseñarnos. 

Nuestro maravilloso cuerpo está acostumbrándose a mayores niveles de energía (por eso tantos síntomas e inconvenientes) para accesar a la espiritualización de la materia: todo en un solo envase, todo en esta Tierra, todo en el presente continuo.  ¡Qué regalo!  Este es un momento precioso, de comienzos de grandes cambios, conectados a los sentimientos y a la consciencia. ¿Qué mejor guía que el cuerpo?  ¿Comenzamos a imaginarlo y concretarlo?  Te acompaño.

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