miércoles, 30 de diciembre de 2015

Libérate de los condicionamientos funcionales: ¡sé tú!

Hace años, ella vive en un departamento con alquiler mínimo y en un lugar que ama; dice que quiere estar en pareja pero tiene sus dudas (sus padres han tenido una relación malísima siempre).  Conoce a alguien de una ciudad cercana, se ponen de novios, él insiste con ir a vivir juntos.  Ella pone sus barreras pero termina cediendo.  Cuando falta poco, descubre que él la ha engañado un par de veces con alguien y rompe la relación.  La infidelidad ha sido funcional a sus temores.

El término “funcional” tiene relación con lo que sirve a determinado propósito.  En términos psicológicos, algunas situaciones o personas lo son con respecto a los conflictos, miedos y resistencias que albergamos, generalmente de manera inconciente.  Nos valemos de ellas para no hacer frente a lo que nos cuesta y las usamos de excusas.

A veces, actitudes internas también lo son.  Una paciente se queja de que no asciende en su trabajo y le echa la culpa a que “hay algo malo en ella”, a que no es suficiente o que le falta algo (que supuestamente los demás sí tienen).  Lo repite frecuentemente, como una condena que arrastra sin solución.  Explorando, resulta que el problema reside en que es tan exigente consigo misma que cree que tiene que saber todo o hacer todo a la perfección casi por ósmosis, sin pasar por el aprendizaje o sin equivocarse si lo hace, lo cual la paraliza y estanca.  Es una idea que ha tomado de niña, relacionada con la ilusión de que si es perfecta los demás no la rechazarán, la reconocerán y amarán sin condiciones.  Obviamente, eso no resiste un análisis adulto pero es un concepto tan enquistado inconcientemente que no se revela hasta que surge en terapia.  Su concepción de insuficiencia ha sido funcional a su miedo a conocerse y crecer.  Ahora, puede trabajar en su confianza interior, en reconocer la necesidad del proceso de aprendizaje (y de los errores que seguramente cometerá), en la aceptación de los aspectos oscuros que tiene y en que no existe la perfección sino una imperfecta aproximación a la plenitud y la maravilla de Ser.



Todos lidiamos con lo que nos es funcional a nuestras resistencias a evolucionar.  Puede ser una pareja que nos limita; un jefe que nos rebaja; un status social que nos disminuye; unos padres que nos maltrataron; una equivocación que nos degrada; un país que no da posibilidades; una enfermedad que nos restringe.  Cualquier cosa es funcional para echarle la culpa y quedarnos en una situación que nos resulta cómoda y conocida.

En el otro extremo, algunos no pueden parar de hacer y cambiar.  La sociedad premia a quienes están constantemente en movimiento y transformación.  También sufren de sobreexigencia y falta de autoestima pero no se nota porque siempre están logrando metas y persiguiendo otras.  Parece ser que nadie está feliz con ser quien es ni con lo que hace y tiene.  Es necesario más.  Los imperativos sociales son funcionales a la insatisfacción interior. 


¿Cuál es el punto intermedio entre vacua conformidad e inútil aceleración?  Una centración personal que acepta las cualidades y aprende de los desafíos, reinterpretando el pasado, disfrutando el presente y confiando en el futuro.  Con una espiritualidad arraigada en la vida cotidiana, sabiendo leer los signos del tiempo que vivimos.  Reconociendo las trampas de lo funcional y trabajando en lo que es propio, auténtico, original.  No podemos ser otra cosa que lo que somos y ello es precioso, íntegro y esencial.  En este año que finaliza, liberemos lo que nos impide reconocernos como seres humanos divinos.  ¡Lo merecemos!

jueves, 24 de diciembre de 2015

¡FELICES FIESTAS!


miércoles, 16 de diciembre de 2015

Cómo expresarnos para no repetir el pasado

Desde hace bastante, tengo un inconveniente con unas filtraciones en mi departamento.  A raíz de renovaciones que hice, mis amigos comenzaron a preguntarme por ellas y a darme consejos o a enojarse por el tiempo que se toman en repararlas.  Invariablemente, les decía que no quería hablar del tema y que charlemos de otras cosas más lindas.  Uno de ellos, extrañado, me preguntó porqué hacia eso.  Le respondí que hablar sobre un asunto que me incomodaba no lo arreglaba sino que me ponía peor.  Yo había hecho lo que debía y solo me restaba esperar que se solucionara.  Indignarme, victimizarme, criticar, sentirme mal no contribuía en nada a eso.

Aprendí esta conducta hace mucho, cuando comprendí que arruinaba mi presente trayendo un pasado aciago.  Hace poco, le comenté brevemente a una reciente amiga sobre un problema que estaba atravesando y ella me dijo que no se notaba, que yo siempre parecía estar bien.  Le contesté que yo estaba bien en ese momento, estando con ella, disfrutando el hermoso paseo: ¿por qué iba a malograrlo?

Creemos que hablando de algo lo solucionamos o lo “gastamos” hasta que no lo sentimos más.  Lo primero no es cierto, a menos que lo hagamos desde la conciencia y que, conversando con una persona neutra o abierta a escuchar, encontremos una solución posible.  Lo segundo es real al comienzo, como una forma de aceptar y normalizar algún suceso, pero no sirve a la larga.  Traer las emociones asociadas (miedo, enojo, tristeza, ansiedad, etc.) a hechos del pasado o que todavía no se deciden abate las posibilidades del presente y retrasan su resolución.

Hablar es la segunda forma de creación (pensamiento/palabra/obra).  Cuando hablamos mucho sobre algo, eventualmente lo terminamos creando.  Y muchas veces, lo re-creamos: lo hacemos real de nuevo al contarlo.  Por ello, es bueno cuidar nuestra expresión.  Esto también implica cuidar con quiénes nos comunicamos.  Hay personas que viven quejándose, buscando una oreja en donde verter su mala onda, lo cual no es gratuito ya que en algún momento nos afectará perjudicialmente.  Y nunca es más cierto que cuando estamos atravesando una mala situación: juntarnos con personas negativas y lamentarnos  de lo mal que está el mundo no colaborará a salir de ella.



He pasado circunstancias muy duras en el pasado y prefería reunirme con personas alegres, positivas, en circunstancias de placer, porque ello me recargaba para continuar.  Es más, después de un breve “informe de situación”, le encontraba la veta graciosa al tema hasta que terminaba riéndome de todo.  Esto no significaba negar o esconder las demás emociones.  Era muy conciente del dolor, de la tristeza, del temor, del estrés que sentía.  Simplemente, no dejaba que mi vida se redujera a ellos y buscaba momentos en que los demás se hicieran presentes y me recordaran que eso también pasaría, que encontraría una salida o simplemente que la vida es un coctel de muchos ingredientes.

Aquí también se dirime el asunto de cómo contar las cosas.  Cuando estabilicé mi vida emocional y encontré la paz de ser yo misma, me di cuenta de que describía esa armonía desde el lugar de “¡cuánto me costó!”.  Eso implicaba, en el fondo, que volvería a atraer situaciones de sufrimiento y esfuerzo para poder superarlas y sentir que yo valía por eso o que ese era el precio de la paz.  Decidí dejar atrás todo ello y evolucionar a través de la conciencia, apreciando cada momento.  Hoy, podría decir que mi pasado es inexistente, en el sentido de que no influye en mi presente.  Todo se borró y no tengo más que agradecimiento por cualquier cosa que hubiera sucedido.


“Hablar es gratis” se dice.  No lo es.  Darle entidad a nuestros pensamientos y emociones al expresarlas oralmente o por escrito tiene sus consecuencias.  Elijamos cuál deseamos que sea nuestro paisaje cotidiano.  Pintar con colores oscuros o luminosos es nuestra decisión.  Mostrarnos como seres en continua lucha, enojados, frustrados, temerosos, volverá a nosotros como un bumerang y no nos dejará ver que también somos seres valientes, hermosos, creativos, concientes, alegres.  Esto no significa aislarnos y vivir en un mundo de fantasía.  Significa ver todo el panorama y elegir a qué y a quiénes daremos nuestra atención y energía.  Creemos un mundo amable para nosotros y los demás.