Hace unas semanas, estaba en un paseo en catamarán por el Tigre y un nenito de unos tres años se movía inquieto por todos lados. Un par de veces, se agachó y miró el mundo al revés, a través de sus piernitas. Lo retaban y él volvía a recorrer el barco, observando desde distintos lugares.
Ayer, en Barrancas, un padre llevaba a su hijo en brazos y lo dejó en el suelo. Apenas estaba comenzando a caminar. En lugar de hacerlo hacia delante, se dio vuelta hacia atrás, hizo unos pasos, miró, siguió girando y recorriendo el paisaje con su vista.
Me puse a pensar que los adultos andan con anteojeras, creen que ya conocen todo y entonces no pierden el tiempo buscando otros puntos de vista, otros lugares, otras perspectivas, otro mundo. Habría que aprender de los chicos…
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