En principio, ¿cuáles son las características de una y otra? La masculina se manifiesta hacia el exterior; actúa; tiene enfoque y discernimiento; inicia, propone, siembra; es negativa cuando destruye. La femenina se vuelca hacia el interior; siente y se conecta; fluye y es receptiva; nutre, contiene y responde; es negativa cuando atrapa y traga. Obviamente, la unión y la armonía de ambas dan forma a la más grande creatividad y potencial.
La realidad es que no encontramos fácilmente este equilibrio como personas ni como conjunto. Si hay demasiada energía masculina, nos concentramos en las manifestaciones en el mundo y en la búsqueda de reconocimiento y valoración por ellas. Como lo femenino es el puente al Alma, es la nutrición interna, al no tenerla, nos volvemos controladores para obtener seguridad. Desconectados de guía interior, queremos dominar, tener poder y estamos tensos y ansiosos.
Muchas veces, comenté acerca de esta verdadera adicción a “hacer”, propia de la sociedad que vivimos (con fuerte energía masculina). Estamos neuróticamente ocupados, corriendo de un lado a otro. Existe una compulsión a planificar, ordenar y accionar, esperando efectos inmediatos. Si no se producen o no son los que proyectamos, caemos en pensamientos negativos, nos preocupamos, nos inquietamos.
En realidad, cualquier cambio es un proceso orgánico: tiene su tiempo para desarrollarse y evolucionar. En la urgencia en que nos movemos, buscando metas y resultados continuos, no escuchamos a la energía femenina que nos dice que nos tomemos tiempo para nosotros, que nos relacionemos de otra forma, que revisemos nuestra vida para conectarnos con nuestra alma. Al no hacerlo, las consecuencias se ven en enfermedades y situaciones de ruptura.
Si hay demasiada energía femenina, tendemos a ser demasiado sensibles, a estar dudosos y temerosos, a sentirnos abrumados por el tamaño de los desafíos en el afuera, lo que dificulta la concreción, la creatividad materializada y la expresión.
Se hace difícil decir no, poner límites y, llevados por los deseos de los demás, no sabemos qué queremos. Como somos empáticos y estamos en contacto con las emociones, podemos ser arrastrados por ellas y por las de los otros, perdiendo centración.
Como dije, la energía femenina es fluida y receptiva, por lo que necesita ser anclada en un yo firme. Esto es lo que la energía masculina puede darle. Aquí, entran los miedos de una y otra. La femenina tiene temor de ese yo separado, con sus propias necesidades y límites claros. La masculina de perderse en las emociones y el misterio de lo desconocido.
La energía femenina aporta la conexión con el alma, es la que puede dar el rumbo verdadero. Necesita creer en que la energía masculina honrará ese camino y lo hará realidad en el afuera. Sostengo que, en estos momentos cruciales, todos estamos en este dilema, hombres y mujeres. Es imperioso que nos conectemos con ambas energías y confiemos en que podremos respetarlas y concretarlas en sus más altas expresiones.

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